Supongamos que escribo algo,
cualquier cosa,
tal vez breve, al aventón, sólo un esbozo,
tal vez vasta, con esmero, versión final de incontables borradores,
lo que sea,
sobre los espejos.
Y como no me gusta escribir sobre los espejos,
porque cuando intento hacerlo inevitablemente me observo a mí mismo,
luego siento una mirada que desconozco,
ésta y aquélla,
la mía y la suya,
después de varios intentos
me desespero,
aviento el papel,
me emborracho.
No escribo;
me reclamo no poder escribir sobre los espejos.
Cuestiono el motivo,
me resulta absurdo;
me veo en uno,
me incomodo…
paso buen rato en silencio.
Finalmente escribo cualquier cosa,
esto.
Leo,
termino,
me río de mí mismo.
Dejo de reír:
me siento solo y observado.
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