Como es sabido, se dice que existía un autómata
construido en forma tal que era capaz de responder
a cada movimiento de un jugador de ajedrez
con otro movimiento que le aseguraba el triunfo
en la partida…
Sobre el concepto de la historia
Aunque tal vez la anécdota sea pura ficción los entusiastas creen que ese encuentro del matemático con el autómata fue una iluminación. Babbage, dicen, vio en el autómata la prueba de que era posible otro artefacto: una máquina capaz de realizar cálculos perfectos sin intervención humana.
En la década siguiente a la supuesta partida de ajedrez Babbage concibió su “máquina analítica”, antecedente mecánico de las computadoras actuales.
Al frente el gabinete tenía una hilera de tres puertas y bajo ésta, un par de cajones. Maelzel, hábil presentador, comenzaba las exhibiciones abriendo las puertas y los cajones y haciendo girar todo el artefacto, que estaba acondicionado para desplazarse con soltura. De ese modo el público podía apreciar que el gabinete albergaba en su interior un apretado ensamble de muelles, engranes, varillas y trenes de rodaje: la compleja maquinaria responsable de la asombrosa destreza de El Turco.
Tras cerrar las puertas el presentador daba cuerda al autómata y éste quedaba listo para comenzar a jugar.
Siglos antes de El Turco ya se construían autómatas, artefactos que se movían, tocaban instrumentos musicales o escribían. En el mecanismo de todos ellos subyace de manera evidente el movimiento, que es un atributo universal. Pero saber y decidir son cualidades superiores del intelecto humano, ¿cómo podían éstas ser emuladas por un artefacto?
Babbage debió de entrever que si alguien hubiese resuelto las complicaciones teóricas y técnicas implicadas en estas cuestiones no se habría conformado con exhibir su invento como un mero espectáculo de circo.
El ensayo más notable lo presentó el inventor del cuento policiaco. Edgar Allan Poe escribió “El jugador de ajedrez de Maelzel” en 1835. Un artículo brillante, sistemático, muestra de la madurez de sus puntos de vista sobre el método analítico, que pondría en juego en algunos de sus cuentos más memorables.
Poe hace un recuento de autómatas famosos que culmina con la máquina de Babbage (capaz de calcular tablas astronómicas e imprimirlas sin intervención humana) como el más notable entre todos ellos. Pero señala que si El Turco es “tan sólo una máquina que cumple sus operaciones sin ninguna intervención inmediata”, entonces la de Babbage es una invención bastante menor. Porque las operaciones matemáticas se basan en algoritmos, instrucciones sistematizadas que indican las acciones a seguir para realizar una operación a partir de ciertos datos iniciales. El primer paso de la operación depende sólo de esos datos; el segundo paso, a su vez, depende del primero; el tercero, del segundo. Así sucesivamente, hasta llegar al resultado final. Esta concatenación de acciones no puede ser alterada sin modificar la operación en sí, está determinada por los datos iniciales. Pero en una partida de ajedrez, a cierta acción no le sucede necesariamente otra en particular, sino que hay una gama de posibles acciones a seguir. Por ello, dice Poe, es posible imaginar que una máquina de madera y metal pueda efectuar un cálculo, pero no que pueda jugar al ajedrez. Así, “deberemos admitir [que el autómata de Von Kempelen], fuera de duda, es la invención más maravillosa de la humanidad”. Esta rigurosa conclusión contrasta con las frías declaraciones de Von Kempelen, que consideraba a El Turco un artefacto ingenioso, pero de mecanismo muy sencillo.
El autor de “El Cuervo” analiza el modo en que El Turco es exhibido durante sus presentaciones y enlista diecisiete observaciones con base en las cuales concluye que tras el mecanismo de este autómata hay una mente humana. Entre ellas está que las jugadas de El Turco requieren un tiempo variable, según sea la dificultad; que no gana todas las partidas; que la cabeza y los ojos de El Turco se mueven hacia el público cuando la jugada es sencilla pero no cuando es compleja; que la apariencia de El Turco es una mediocre imitación de vida, siendo que Von Kempelen construyó otros autómatas de verosimilitud admirable; que el autómata juega con la mano izquierda. Las primeras observaciones sobre el comportamiento del autómata revelan características del humano. Las últimas, sobre su apariencia y comportamiento, revelan la intención de alejarse de lo humano (la mayoría de los jugadores humanos son diestros, no zurdos).
En cibernética el término caja negra designa un sistema sobre cuya construcción interna o mecanismo de funcionamiento nada sabemos. Designa también el método para estudiar tales sistemas. Éste consiste en estudiar la relación entre el observador y el sistema, en analizar cuidadosamente la información, las recíprocas relaciones entre lo que “entra” y lo que “sale” del sistema. De ese modo se procede a comprender el comportamiento, dejando de lado la constitución interna del sistema. El niño que usa un teléfono celular por primera vez procede según este método. Edgar Allan Poe resolvió el problema del jugador de ajedrez de Maelzel tratándolo como una caja negra.
Entre las observaciones que Poe presenta en su análisis, la más interesante desde un punto de vista matemático es la tercera: la máquina no gana invariablemente la partida. “Descubierto el principio por el cual la máquina puede jugar una partida de ajedrez —dice Poe—, una extensión del mismo principio debería permitirle ganar una partida, y una extensión ulterior capacitarla para ganar todas las partidas.”
Entre la máquina de Torres Quevedo y el ordenador que derrotó por primera vez a un genio del ajedrez —Kasparov vencido por Deep Blue, de IBM— media un siglo. La construcción de la infalible máquina de ajedrez de Poe no ha sido una tarea sencilla. Tampoco ha sido muy importante.
Löhr se basó en libros recientes sobre El Turco y en las reproducciones que existen en varios museos alrededor del mundo, obra de ilusionistas admiradores del trabajo de Von Kempelen. En su novela, un enano genio del ajedrez es el cerebro del autómata.
Curioso: Poe se cuidó de no plantear esa pregunta. Para los personajes de Löhr, un autómata que juega perfectamente al ajedrez es una máquina que piensa. Para Poe la existencia de una máquina infalible de ajedrez era posible, pero no la de una capaz de pensar.
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