Vegetaciones
Me quitaron las vegetaciones.
Así que con ocho o nueve años
me las tuve que arreglar
con mi nariz
para coger y expulsar
coger y expulsar
aire.
Guardaba soplos
en la boca del bolsillo
al dormir.
Pero sin ellos nunca aprendería
a respirar.
Años después,
me dijeron en el hospital
que no me preocupara:
fiebre del heno.
Me faltaba oxígeno:
los chopos, las moreras, los girasoles
que habían arrancado
de las fosas.
Estoy intentando escribir
Como quien deshoja o entra desorientado en algún sitio
y oscila,
intento escribir.
Es decir, doy vueltas sobre el eje de mi cuerpo.
Es como cuando siempre
se cuelan gorriones y palomas
en las abarrotadas estaciones y aeropuertos.
No sé por dónde.
Pendulan buscando escapando pendulan.
Me sorprende verlos en esa diminuta
inmensidad
y los pasajeros indolentes
preocupados por sus propias puertas de embarque
algunos, también por su miedo a volar.
Pero, sobre todo, más que nada, me sorprende
la manera vacilante que tienen los cuerpos pájaro
de intentar escapar
ascendiendo.
Curar algo
Las plumas mojadas de las cigüeñas
avisan
del invierno de marzo.
Las griposas soledades del pecho.
Las manos de piel de lija
acariciando fríamente el frío.
La gripe, la afonía, la tos,
el crotoreo, los saxos.
El humor transparente
granulado
de paracetamol.
Ramblas de agua y plumas y saliva
Tiritas para el frío
e hilos sueltos para cubrir la sangre viscosa
del astro que anida sobre tejados y nubes rojas sobre bailarinas enfermas. Antenas parabólicas sobre las que las cigüeñas ven desaparecer el sonido borroso del sol y del día. Los colores escuálidos de la tarde se hunden tristes como voces de Edith Piaf de Sam Cooke de Nina Simone sobre el aire del agua. La sangre aparenta cansancio la luz roja antros que madrugan sombras desabridas.
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