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Una chica contemplando el infinito
en Coney Island,
“La noche helada frente al mar”
—recuerda—
y el mundo se detuvo en los ojos
en la lengua de una anciana rusa
que parece haber guardado
el orden divino de las cosas.
Una chica contemplando girar al universo
en tono sepia,
una chica en Coney Island
frente al mar,
recuerda.
DIJE LA VASTEDAD, no el amor,
pero las manos no alcanzaron para abarcarlo todo
levanté la piedra
el fundamento
la palabra
la huida como recurso natural
quizá el naufragio:
perros con dientes amarillos,
el hígado en los ojos dejándose caer
al lastre de lo indecible,
De enebro está hecho el mar
y punzan filosas sus raíces.
LLUEVE,
llueve todo el día,
todas las barcas se mojan
y la madera se pudre.
Un concierto de peces en sordina
agita las alas,
las aletas que son alas,
las branquias que el aire corta
con afilados dientes,
no pueden respirar,
es que no quieren,
es la lluvia que se queda
aglomerada en las charcas,
quieta,
ya sin vida,
como tu cuerpo amotinado
en el rincón del baño donde te encontraron,
desnudo,
y yo vaciaba las charcas para que no murieras,
pero todo era inútil,
manaba agua por doquier,
la ciudad era eclipse submarino,
el agua podrida en los maderos de las barcas,
los ojos podridos en madera de cristo que todo lo ilumina
pero no escucha.
A través del vidrio que el agua endurece vi tus ojos,
las cuencas de tus ojos
y todo era agua descompuesta,
limo la sangre.
La carne enmohecida se esparcía por el baño,
y de tanta agua oscura
se hicieron charcas las cuencas,
yo quise nadar hacia dentro,
pero la carne se espesa con la muerte
y me hundía,
lo que trato de decir es que no entendía nada,
que nada entendía mi cuerpo
que la carne se me iba en el agua de tus ojos.
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