No. 157/EL RESEÑARIO |
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Después de Little Boy |
Arturo Vallejo Novoa |
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Daniel Sada Casi nunca Anagrama, México, 2008 |
6 de agosto de 1945, lunes. 8:15 a.m. A la bomba atómica que está destruyendo la ciudad de Hiroshima, Japón, la apodan cariñosamente “Little Boy”. “Niñito” causa la muerte de entre 70 y 130 mil personas. Éstas son las víctimas inmediatas, las que morirán por radiación vendrán después. Al día siguiente, el presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, anunciará al mundo el éxito de la operación. La noticia llegará días después hasta el otro lado del planeta. En Oaxaca, México, el acontecimiento será comentado (un jueves, no necesariamente el siguiente) por los habitantes de una casa de huéspedes, entre ellos Demetrio Sordo. ¿Qué le puede importar Hiroshima a este ingeniero agrónomo que se convertirá en fugitivo, en empresario, en antrero, en pretendiente? “Si el mundo está por acabarse, que se acabe ya.” Ésas son palabras de Demetrio, pero sus problemas son otros: por ejemplo, encapricharse a la vez con Renata, niña bien de la aristocracia rural coahuilense venida a menos, y de Mireya, prostituta local venida a más. De Hiroshima a Oaxaca. Los primeros visos de la aldea global se asoman cuando estas palabras tenían todavía algún significado. Esto es Casi nunca, la más reciente novela de Daniel Sada (Mexicali, 1953), merecedora del premio Herralde 2008, que comparte con Sergio Pitol (1984), Juan Villoro (2004) y Roberto Bolaño (1999), quien alguna vez dijo que Sada tenía una de las obras más ambiciosas de nuestra lengua, comentario que los editores no se cansan de citar en las cuartas de forros. Casi nunca reelabora los temas del amor cortés a la Roman de la Rose, pero sin Aquitania; Cárcel de amor, pero sin Leriano y Laureola. Es un manual de cortejo que se regodea con prácticas de conquista ya obsoletas, pero que conllevan el objetivo original: cogerse a Renata, atrapada en su remoto castillo coahuilense, el cual funciona como metáfora de su polvorienta castidad. Christopher Domínguez cataloga como erótica esta novela, pues trata el sexo en todas sus proyecciones. Sin embargo, los personajes de Casi nunca apelan más a la piedad y al patetismo que al deseo de sus lectores. Sada no es un seductor, trabaja con la estética del esperpento; da una sensación parecida a la que causa verse obligado a llevar torta de huevo con chorizo de lunch a la escuela. Dice Rubem Fonseca que la novela no ha muerto; en todo caso, el lector es el que ha fallecido, pero el escritor resiste. Bonita imagen cuando se le sobrepone a Daniel Sada, quien, en definitva, no es un narrador gentil con el lector. Sada está vivo. Ocho novelas después todavía ofrece nuevos retos a sus lectores por medio de su prosa trabajada —diseñada— desde la retórica. Prosa metaconsciente, diría Carmen Boullosa. El lenguaje de Casi nunca arranca con potencia, con desparpajo, con caradura: abruma tanto como magnetiza. Sin embargo, da la impresión de que su fuerza decrece un poco conforme pasan los capítulos. El impacto ya no es el mismo hacia la mitad del texto, cuando incluso se asoma hacia lo convencional en ciertos pasajes. Por la amplitud de la trama, Casi nunca podría ubicarse en la mitad de la obra de Sada: entre la anécdota mínima de La duración de los empeños simples (2006) y la épica desértica de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999). Una presenta un microcosmos de pequeñas inercias, la otra una cruzada de empeños inútiles. Casi nunca muestra ambas cosas. Lo anterior no quiere decir que se trate de una novela poco ambiciosa; es posible que, en ese aspecto, supere a todas las demás. Su éxito no está en los grandes acontecimientos, sino en mantener un tono exuberante entremezclado con situaciones que se resuelven a media luz. Su prosa es casi un oxímoron. Por sistema, Sada renuncia al oportunismo narrativo, y hace bien: Mireya es abandonada y no vuelve a aparecer; desde el comienzo se sugiere un incesto con la tía solterona y lujuriosa, que nunca se consuma, ni siquiera se le da seguimiento; están también los ladrones, de quienes no volvemos a saber. Sada lo resuelve todo en una —como diría el mismo Demetrio— óptima nivelación. Salta a la vista que el autor trabaja sobre un tema recurrente: los proyectos familiares. En su novela anterior la familia forma un ecosistema en apariencia frágil, siempre fastidioso, pero de corazón inalterable. La madre se aficiona a la uroterapia y el padre dilapida su liquidación, pero el conflicto se resuelve cuando deciden fundar una especie de pyme familiar. En Casi nunca Demetrio Sordo intenta varios oficios y prueba diversos negocios. Lo más interesante es que en todos triunfa, pero siempre tiene que abandonarlos; no es sino hasta que se asocia con su madre que se establece y prospera. En cambio, la fortuna de Renata decae cuando uno de los componentes —el padre— desaparece. Casarse con Demetrio será su salvación, pues su objetivo es integrarse a un nuevo bioma: la familia Sordo. Por más trabas que le ponga al pretendiente, jamás dejará escapar una oportunidad como ésa. De Sada se han dicho muchas cosas: que es excéntrico, incómodo, salvaje, barroco, estilista y hasta marginal. Cuando se habla de él se suele citar a Rulfo, Arreola y Yáñez, pero sobre todo a Lezama Lima. Sada mismo se ha encargado de negar esas acusaciones; así lo expresa en entrevistas y lo avala con su obra. La verdad es que no necesitamos a Bolaño para darnos cuenta de que no hay otro narrador como Sada. Ya lo dijo Domínguez: Sada sólo se parece a Sada. Más de 1 559 kilómetros de Oaxaca a Coahuila, tres días en tren, carretera y lancha para ver a Renata sólo media hora. Sin olvidar que las reglas del cortejo que la familia santurrona ha impuesto obligan a no tocarla, no mirarla a los ojos siquiera. Y luego, tres días más para regresar. Además, el viaje sólo se puede hacer una vez al año. Demetrio es un caballero andante, pero también un Ulises. Después de estallada la bomba atómica, el destino es Piedras Negras, centro cultural universal superior a —parafraseando a Sada— Hiroshima después del bombardeo. Nuestra aldea se extiende hasta ahí. Tanto esperar, tanto viaje, tanto periplo, ¿y todo en busca de qué? La respuesta se encuentra desde las líneas que abren la novela: “El sexo, como pretexto válido para romper con la monotonía: el sexo-motor; el sexo-ansiedad; la costumbre del sexo…” |
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