No. 154/SIETE NARRADORES DE COAHUILA |
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Pienso en eso* –¿Sabías que en el siglo XVI se consideraba indecoroso y poco honesto rascarse la cabeza mientras se comía y sacarse del cuello o de la espalda piojos y pulgas u otra miseria y matarla delante de la gente?1 Ése sería el tipo de preguntas que haría a Verónica después de leer algunos párrafos del libro que tengo entre las manos, pero ya no está más, se fue hace varios días y todavía lanzo preguntas a nadie, a la nada, a veces pienso en eso y en que Verónica Contreras se sentaba siempre con las piernas ligeramente separadas. En otras ocasiones pongo a todo volumen en el estéreo de ella Pithecanthropus Erectus de Mingus2 para distraerme de esta soledad, aunque poco a poco me acostumbro. Tal vez pronto no recuerde nada, de hecho mi situación comienza a ser cómoda. Por eso no me he bañado en un par de días, a lo mejor no estaban tan errados en el siglo XVI, últimamente me siento más fuerte, más inteligente, con ganas de coger hasta con cinco mujeres. El libro que últimamente he leído trata sobre las costumbres higiénicas de la Edad Media y, con todo, éste no me quita el recuerdo de Verónica, sobre todo aquella noche en que mientras cogíamos preguntó: —¿Te gustaría que te orinara encima? Enseguida me negué, aunque después de un tiempo no me ha parecido tan desagradable, quizá la gente de la Edad Media lo hacía a menudo, a veces pienso en eso y en que Verónica Contreras se sentaba siempre con las piernas ligeramente separadas. Alguna vez pienso en cuando mi soledad empezó. Justo un día antes de que Verónica Contreras se largara, habíamos cogido bastante, probablemente había sido mi mejor noche, no terminé tan cansado y logré que Verónica rozara el infinito varias veces.4 Ahora no podría hacer nada de eso porque he bebido varias botellas de cerveza y ni siquiera puedo masturbarme recordándola. Tampoco podré traer a Kristal si sigo sin bañarme y apestando a rata, pienso en eso y en que Verónica Contreras se sentaba siempre con las piernas ligeramente separadas. ![]()
La destrucción y el orden —¿Usted es escritor, verdad? Esteban volteó a ver al taxista. Apenas había saludado al subir, dio instrucciones y guardó silencio. —¿Por qué lo dice? Esteban se fastidió, no tenía ganas de platicar con un taxista. La situación le estaba absorbiendo la mente. No era para menos, en el trabajo despedían gente…
—Entonces, ¿es o no es escritor? —insistió el taxista. También estaba el problema de la niña, esa enfermedad no terminaba de irse. Ya llevaba casi tres semanas en cama. Definitivamente parecía que todo se iba a la mierda. Es decir: TODO SE IBA A LA MIERDA. Y luego también tenía el problema con Sandra; ella creía que Esteban la engañaba. Pero no podía ser infiel, el trabajo lo agotaba, lo dejaba exhausto. Al final del día se echaba sobre el sofá a ver la televisión. Se sentía como un trapo viejo tirado en medio del sillón. Un trapo viejo y cansado. Así que era imposible buscar a otra mujer. Quiero decir, todos sabemos cómo es eso. Pero no podía negar que las piernas de aquella mujer eran bellas. Esteban se refería a las de la diseñadora, una de las diseñadoras. Aunque después de verla miraba hacia abajo para observar con curiosidad su abdomen, su propio abdomen, quiero decir. La grasa sobresalía; antes era poca; ahora parecía como si quisiera escapar, romper los botones de la camisa y asomarse impúdicamente. “Hola, soy la grasa, la panza de Esteban, ¿me das un beso?” Las piernas de la diseñadora se verían muy bien a un lado de esa grasa descomunal, se verían excelentemente. Esteban continuaba su trabajo, a redactar esa nota espantosa, a sepultar un poco más su vida. Sí, él era algo melodramático, pero los escritores rusos eran melodramáticos, ¿por qué yo no?, se preguntó Esteban. Así que lo más conveniente, lo mejor, era proponerle a Sandra una cena. Llevarla a un restaurante y después, quizá a un hotel, como lo hacían antes de los celos y el empleo y la niña y la mierda acumulándose cada día, cayendo pedazo a pedazo. Pero tal vez todavía no era conveniente hacer eso, tenía que recordar a la niña que seguía enferma. Por mientras, la cena no podría ser. Aparte, si salían tendrían que limitar otros gastos. El sueldo no alcanzaba. Entonces lo mejor era pensar en otra cosa. —¿Oiga? ¿Oiga? De qué diablos estaba hablando el taxista, puta madre, pensó Esteban. También pensó en comprar unas flores, a lo mejor eso lograba hacer que Sandra se calmara. Ésa era la respuesta, comprar un par de rosas y entregárselas. Pero no, tal vez no era tan buena idea. —Segurote ya se imaginó una historia ahorita mismo, ¿verdad? También el vecino era un problema, el que vivía a un lado de la casa, de la de Esteban, quiero decir. El cabrón estaba jodiendo con el ruido. Todos los días ponía su música a todo volumen. Lo peor del caso era lo que escuchaba: cumbias. Todo el puto día cumbias. Pero digamos que ése era un problema menor. Aunque debería solucionarlo. A eso se abocaría en cuanto pudiera dejar de preocuparse por el trabajo. Y es que ahí estaban los chismes, los rumores de los despidos. Ya habían corrido a unas diez o quince personas. Esteban regresó a su realidad inmediata. Era un semáforo en rojo. A su derecha unos policías subían a dos tipos a una camioneta. Los llevaban esposados. Uno de ellos traía los ojos rojos. Lloraba, lloraba como una nena. El otro lo veía y solamente meneaba la cabeza. El de las lágrimas decía algo a los impasibles policías. El verde se encendió. Los ojos del llorón y los de Esteban se cruzaron por un momento. Esteban no encontró nada atrás de esa mirada. Era como si ahora todo estuviera muerto para él, para el esposado quiero decir. También habían despedido a un amigo suyo. Eso fue la semana pasada. Desde entonces no lo había visto. Aunque le dijeron que no salía de su casa, de su cama. La mujer estaba embarazada. Tampoco ella salía. Ninguno de los dos movía un dedo. Nada. —¿Quiere escuchar una historia? El taxista era necio y molesto. Esteban no tuvo otra opción, suspiró quedamente y dijo: —A ver. —La historia comienza con un pendejo. Pero un verdadero pendejo. El tipo fue una noche a tomar unas cervezas. De ahí, después de tomarse algunas tenía que caminar a su casa. En realidad no tenía por qué caminar, pero decidió hacerlo. Para llegar tenía que pasar por un puente. La verdad, la mera neta es que no tenía por qué pasar por el puente, pues era un puente que cruzaba un vado de río seco. Así que podía haberse ido por abajo. Pero el tipo decidió irse por arriba. ¿Cómo ve? Esteban rió; no sabía si porque imaginó a la persona cayendo o por la última frase del taxista. El conductor volteó a verlo y frunció las cejas. En realidad se lo estaba tomando en serio, no era ninguna broma para él, para el taxista, quiero decir. Esteban intentó contener la risa. El taxista miró por primera vez con desconfianza. Suspiró enviando los ojos hacia arriba. Después continuó su historia: —El caso es que el tipo se cayó del puente, como dije, inexorablemente, y quedó medio golpeado: milagrosamente había sobrevivido. Los de la Cruz Roja lo atendieron y le proporcionaron un café, luego lo dieron de alta. Hasta aquí todo medio extraño, pero común. El taxista primero miró desconcertado. Después comenzó a indignarse. ¿Le parece chistoso?, le preguntó. —¿Eso le parece gracioso? A mí no me hace ninguna gracia. El tartamudeo desternilló a Esteban quien no podía parar, es decir, que no podía parar de reírse. Todo estaba saliendo por ahí, por la risa. Su mente le decía que era momento de disculparse y guardar silencio. Su mente sólo estaba molestando. Su risa acababa con todo y lo ponía en su lugar. Es decir, su risa era la destrucción y el orden. Y Esteban se reía, se carcajeaba. ![]()
—Le voy a contar otra historia —dijo el taxista indignado mientras daba una vuelta bruscamente. Esteban se fue hacia un lado, su cabeza golpeó contra uno de los vidrios. El golpe hizo que riera todavía más fuerte. Esteban se reía más fuerte y vio que sus manos temblaban, en realidad se estaba cagando de miedo. Quiero decir que tenía mucho, mucho, mucho, mucho miedo. Nunca había tenido tanto en su vida y lo sabía. Intentó controlar sus manos, las puso sobre sus piernas. Por unos segundos creyó que si controlaba sus manos controlaría su risa. Pero sus manos siguieron temblando sobre sus piernas. —Ésa es la historia que le quería contar, hijo de la chingada. Esteban sintió un frenón y vio las luces de otro carro alumbrando el interior del auto. Todavía reía cuando unas manos lo agarraron de la ropa y lo jalaron hacia fuera violentamente, lejos del taxi. ![]()
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* De la novela Con las piernas ligeramente separadas, Icocult/Conaculta, Col. La Fragua, Saltillo, 2005, pp. 75-78. |
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1 Georges Vigarello, Lo limpio y lo sucio, la higiene del cuerpo desde la Edad Media, Alianza Editorial, Madrid. También se acostumbraba no bañarse ya que se creía que el baño debilita, provoca imbecilidad y destruye fuerzas y virtudes. 2 Contrabajista y compositor, Charles Mingus transformó la forma de hacer jazz al allanar el camino a las improvisaciones colectivas libres del nuevo jazz. 3 Kristal, la puta con las mejores nalgas de la ciudad. 4 Aquella noche no hubo sexo oral, ni siquiera un poco, esa noche Verónica me confesó que no quería tener hijos, que quería coger toda la noche y beber en los descansos. Verónica Contreras me dejó penetrarla lentamente. Mi verga fue tragada por su coño como si tuviera vida propia y fuera su único sentido en la vida, de repente ella abrió los ojos y me pidió que le diera por atrás, no por el culo, pero sí como más me gusta. Finalmente la inundé justo cuando ella apretaba con su vagina, justo cuando ella también moría, exactamente ahí, el deceso más justo y placentero. Después de varias cervezas, Verónica me propuso repetir la sesión, lo hicimos varias veces y en diferentes posiciones. En un descanso ella fue por otra cerveza y vi su espalda, y vi sus nalgas contonearse camino a la cocina, a veces pienso en eso y en que Verónica Contreras se sentaba siempre con las piernas ligeramente separadas. |
Daniel Herrera. Es autor de la novela Con las piernas ligeramente separadas (Icocult/Conaculta, 2003). Textos suyos han parecido en Moho, Replicante y Acequias. |
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