Instrucciones para mitigar el embrujo de las musas
Adminístrese claras dosis
de anfetaminas y versos mortales,
antes de escribir
Libérese,
déjese dominar por el absurdo,
si algo sube lentamente por su cuello,
no se sorprenda: es la musa,
que lo ha escogido despiadadamente
y ahora lo coge por el brazo
como a un débil muñeco de peluche,
no desespere ni se espante,
vano será cuanto haga por tratar de liberarse,
“la musa”, créalo o no, es una especie de demonio,
que bebe de su sangre y con su aguda garra
—puesta sobre su vena temblorosa—
mide el miedo;
en estos casos, lo conveniente,
es dejarse arrastrar:
controle y mitigue
sus nervios quebradizos
de colegiala virgen,
disipe toda angustia y cuando sienta
que un hervor en su sangre se reúne
y en sus manos una fuerza indescriptible se concentra,
no grite, ni se alarme,
congregue toda su energía y haga estallar la maquinaria escritural,
escriba, escriba, no se detenga,
aunque sienta morirse,
¡desángrense, desángrese!
hasta que un impulso trueque de pronto sus sentidos
y sienta un duro tope de estupor
de espuma y de ceniza
y vea que la sangre
—como un sapo escarlata—
le salta por la boca
IMPOSIBLE NOMBRAR a la bala y a la hormiga
La una es demasiado rápida
para poder fijarla en el instante
La otra es diminuta
—deja tan sólo rastros de su breve presencia—
y el nombrarla
significa opacar su fugaz hermosura
La bella poesía
Para qué decir más mentiras
la realidad es cruel
y el arte no hace más que embellecerla
El artista no es un genio
sino un títere de Dios o del Demonio
sin nada que decir porque todo está dicho
Su oficio consiste en el retorno eterno
Su único poema posible es el silencio
Pero a nadie le importan ya estas cosas
que todo mundo sabe
Por eso, estimado Lector, ¡te lo suplico!
¡arroja este poema al bote de basura!
Revólver
La honda de David no se sacia con el aniquilamiento de un simple Goliat
La sangre de la víctima busca con rabiosa pasión a su asesino
Los cerdos en su mugre son más felices que los hombres y sus lujos
A pesar del arrepentimiento, Jesús seguirá siendo crucificado
No escribo un poema: saco el revólver y disparo al azar
Esta sexta descarga se la dedico al viento
Contra la divinidad de los poetas
Todos los poetas tienen dos piernas,
dos ojos y, eso sí, un par de manos.
Cagan, duermen, se ingestan.
Supongo que más de uno
—si la suerte es su aliada—
Fornica con frecuencia.
También pagan impuestos.
¿Por qué habría, entonces,
de venerarlos como a dioses?
Una cosa es que los poetas sean dioses
en el extraño mundo de sus poemas
y otra cosa, distinta, que sean Dios,
creador de ese poema inexplicable
que todos habitamos.
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