Una vieja historia
En otro lugar me esperan.
Paul Celan
Esta es una vieja historia.
Mi primer hermano no llegó a nacer
y fue enterrado en el patio,
que es hoy un lugar sagrado.
Luego nací yo.
Mis padres me llamaron como a él,
condenado a saber que cada gesto
y acto mío es inferior a él,
quien hubiera sido capaz de volar,
mientras yo ocupo el espacio suyo,
el aire de sus palabras,
todo eso que me queda grande.
Ya no hay ruidos en el patio,
las gallinas son frutos extraños
en las ramas.
La tarde abre sus venas en el horizonte,
y me trae cosas de otro tiempo.
Cuántas lunas para llegar a mí,
si cuando miro atrás creo que
no son mías las huellas que he dejado.
Hay alguien morándome, yo sé,
somos dos sombras bajo una estrella
que no es la suya.
Temeré por mí al final de estas líneas
Sé que está solo,
no como el primer hombre,
sino como el último.
Sabe que cada noche será peor y
ya que no hay nada por hacer.
Sabe que las noches son más largas para él
que para cualquier otro hombre,
que no hay nada que pueda cambiar ese destino,
y ya no tendría el coraje.
Sabe que no hay hadas madrinas de este lado
del sol, que no hay frutas gratuitas,
que los mamíferos no se aman para siempre.
Donde quiera que se encuentre habrá una
parte suya que nunca estará con él.
Tal vez sus ojos llevan estrellas de otros cielos,
sus zapatos, polvo de otros caminos.
Sé que en su pecho se mueve con lástima
una cosa dura, y que cuando pienso en él,
como ahora frente al espejo,
está más solo todavía.
Evocación del alba en la plaza del Zócalo
Nada me desengaña,
el mundo me ha hechizado.
Quevedo
Qué es esta luz donde vuelvo a ser Adán
nombrando piedras y cosas que se mueven,
con esta voz que talla en la honda madera del silencio.
Palomas de esquina Francisco Madero,
sacerdotisas del azul mañana aleteando en la luz,
como en una vieja película en blanco y negro que vi de niño
y para siempre.
Hay un rumor de confesión habitando el aire de esta madrugada
de aceras rotas, piedras que dicen al paseante:
soy aquello que queda después de tus pasos.
Nariz de piedra y águila de los mexicanos,
cascada de luz en el rostro.
Desde esta esquina el tiempo parece
irse a ninguna parte.
Un oro vago tiembla tras las duras azoteas,
la lenta intención del día, abriéndose como una flor de luz.
Arroba mi corazón sentir cómo ciertos momentos
parecen ser toda una vida, y luego,
uno simplemente sigue andando.
El siempre abrazo
Hasta mi soledad llegan los amigos
ellos saben dónde buscarme y encontrar.
Aunque no conocen con certeza lo que soy
lo presienten —dicen—
no espero que puedan entender
por qué inútilmente debo ser Junieles
por qué tomo a veces el teléfono, me llamo
y no me encuentro;
por qué pierdo tiempo enseñando lo que no
se puede —que una palabra es la distancia—
A ellos me une algo más que unos tragos
y una pila de libros mal leídos;
mi gente del converse y del enamore.
Pero la soledad estaba antes que ellos,
por eso no se ha ido y me reclama,
no es que la ame más pero sí por más tiempo.
Los amigos,
les digo adiós,
y enseguida lamento haberlo dicho.
Perfil (de la serie Expreso de imprecisiones), óleo/tabla,
35 X 35 cm, 2006
Poema de madre
La vida es una mujer con sus dos manos para hacer lo que haga falta.
Un marcado aire de familia me une con esta modista que lleva
treinta años frente a una Singer,
que escucha radionovelas, y que aún conserva en un armario
los tres ombligos de sus hijos.
¿De qué madera está hecha esta canoa que lleva medio río sin
quejas, y piensa que todo mal lleva al bien amarrado en la cola?
¿Cuántas muertes me faltan a mí para parecerme a ella?,
para decir como dice ella: “Si vives como si tuvieras fe,
la fe te será otorgada.”
Años antes de que yo naciera madre colgó una estampa que
aún pervive: Dos niños recogen flores a la orilla de un despeñadero
y un Ángel de la Guarda conjura el peligro con su presencia.
Dime madre con tus ojos el secreto,
dime cómo se llega alegre hasta el final,
a pesar de los abismos,
dímelo a mí, que soy la única pluma sucia de tus alas.
Un viejo vecino de Longueville invita a Nicole Kidman
Ven desde tu tierra roja, desde tu refugio allá en la vieja casa de Longueville, donde mordías la tela de una muñeca pensando en cosas lejanas. Entonces yo era tu vecino, un patio y dos mundos más allá.
Aparta la cortina que te separa, asómate, deja que la luz se arrodille y el mundo se abra como un mantel ante tus ojos, que hacen olvidar el paso de las nubes. No es el cielo que cae a pedazos, son tus ojos, la delgada marea de sus párpados; es como ver el mar, y el mar nunca es igual dos veces.
Mis pies conocen el paisaje de tu espejo, soy la sombra que ves pasar mientras te peinas.
Soy quien te llama cuando nadie te está llamando. No tengas miedo, yo también aprendí a leer a Emily Dickinson en voz baja, y a no cerrar los ojos de la nuca en ciertas calles.
Un hombre que va solo al cine te está esperando. Existe en este mundo una ciudad, una esquina, una puerta que espera tus nudillos. Nadie recuerda el nombre que pronuncia
mientras sueña,
yo sí, es tu nombre, que suena como el viento en valles y estaciones apacibles. Ven y dile
adiós al frío, a tus mejillas color de tarde derrotada.
Te enseñaré cómo se cazan las mariposas, y haré que nazcan plumas en tu espalda.
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