Si algo puede caracterizar a Andalucía (aparte de su aceite de oliva y su jamón de Jabugo, por lo que desde luego somos admirados hasta en la patria de Gengis Kan), es por ser tierra de arte y tronío. Desde Averroes, que desarrolló sus conocimientos más allá de la poesía, pasando por Gustavo Adolfo Bécquer, con sus románticos y melancólicos versos, sin olvidar a la maravillosa generación del 27, que contaba con un buen número de autores andaluces entre sus filas, Andalucía ha dado a luz a grandes “jornaleros de las letras”. Y es que este suelo lleva el sabor de los pueblos que, a lo largo de siglos de historia, dejaron su impronta en él. Fenicios, cartagineses, griegos, tartessos, romanos, árabes… está claro que tanta cultura mezclada, tanto viajero contando batallitas y tantos descendientes de Scherezade, obligatoriamente nos han tenido que dejar espíritu de cuentistas (en el buen sentido de la palabra, se entiende).
Pero sobre todo, no hay que olvidar que durante mucho tiempo, Cádiz y Sevilla fueron la puerta de entrada y de salida a las tierras del aquel nuevo y mágico mundo que nos trajo efluvios de selva, de mares, de vainilla y chocolate… un encuentro que cambió la historia de la humanidad y nuestra historia para siempre. Esas influencias se han dejado notar en la arquitectura de Andalucía, donde las paredes de los edificios lucen una piel mestiza entre la catedral cristiana y el minarete árabe, en la cocina, en el flamenco… y han forjado el carácter de las gentes, transformando su forma de ver la vida (que en el fondo, no es como uno la vive, sino como uno la ve y luego la cuenta).
Ese talante de narradores empedernidos continúa vivo en las nuevas generaciones de escritores, haciendo que el panorama creativo andaluz, atraviese en la actualidad por un momento dulce. Y que siga así por muchos años.
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