No. 138/EL RESEÑARIO |
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La grandes lluvias: la rebelión, el diluvio y el destino |
Rodrigo Martínez |
Eraclio Zepeda
Las grandes lluvias Fondo de Cultura Económica, México, 2006
Con Las grandes lluvias, el narrador chiapaneco derribó la imagen que forjó de sí mismo en la prosa literaria de México. Ya no se trata del cuentista y el cuentero que sorprendió con la violencia e intensidad de Benzulul, ni del narrador sereno de Asalto nocturno. Eraclio es ahora un prosista de largo aliento que abrevó en el mundo decimonónico de la provincia mexicana. Es un autor que se revela, en esta obra, como un heredero de la tradición del siglo XIX. Con esta novela, donde relata un melodrama familiar, el miembro del nombrado “Ciclo de Chiapas” parece acercarse al estilo temático y narrativo del primer realismo mexicano. En un entorno provinciano, con aire regionalista, Zepeda hace una viñeta de las relaciones sociales de Comitán y aprovecha el ambiente bélico de la época para dar forma a un romance impedido por prejuicios. El trasfondo semántico de esta obra es la idea de libertad encarnada en la protagonista: Juana Urbina, quien, como mujer, no sólo representa una lucha por la emancipación de su género, sino también la emancipación frente al caos que gobernaba el sur mexicano en sus primeros años de autonomía política. En la época de los combates entre liberales y conservadores, Juana Urbina, la hija viuda de un hacendado chiapaneco, se enamora del teniente Manuel Galindo. Tras haber concluido un matrimonio acordado por su padre, quien deseaba las riquezas del difunto Mariano Montes de Oca, la joven huérfana de madre decide ejercer su libertad. Su padre, Desiderio, a pesar de que el nuevo pretendiente pertenece al ejército realista, se opone a ese vínculo y hace todo lo posible para distanciar a la pareja. A pesar de ello, el teniente, quien sabe que tendrá un hijo de su amada, se dispone a cumplir las peticiones del suegro a fin de obtener su venia para el matrimonio. Objeto de una traición, el militar es asesinado, Juana es recluida entre los indígenas y su hijo llevado a tierras lejanas. Esto obligará a la mujer a emprender un viaje sin retorno que, de la mano de sus mentores, el presbítero Mariano Mejía y el maestro Manuel Larráinzar, transformará su destino. Este argumento confirma un tema que Zepeda ya había trabajado. En Benzulul, primer libro de cuentos del chiapaneco, que representó su confirmación gracias a la favorable crítica de los especialistas, la trama de “El Caguamo” tiene semejanzas notables con Las grandes lluvias. En este relato se trata el conflicto familiar entre padre e hija. Un conflicto que proviene del conservadurismo del medio regional. Aquí, Primitivo Barragán logra enamorar a Eugenia Martínez a través de insistentes cortejos y sugestiones. Ambos se fugan para instalarse en algún lugar de Jitotol. Al enterarse por habladurías de que el muchacho propagaba chismes sobre su pareja, el padre de la muchacha decide vengarse tendiéndole una emboscada. El señor Martínez muere y su hija, poseída por la rabia, asesina al hijo que esperaba. El Caguamo también cobra venganza y elige el exilio en un pueblo lejano. En aquel relato, la violencia es innegable. Todo se subordina a la rabia y cada acto es producto de una ofensa primigenia. En Las grandes lluvias, la ofensa no alcanza esos niveles. Juana y Manuel viven un romance clandestino. Cuando Desiderio se entera de ello, prepara una traición de forma anónima. Al eliminar al teniente, este hombre no busca vengar el rapto espiritual de su hija, sino proteger el nombre y la imagen de su familia. En la novela, a diferencia de en “El Caguamo”, el padre no desea la seguridad de su hija; busca que su figura no sea vilipendiada públicamente por la clase social y la clase política a la que él pertenece. En “El Caguamo”, además, todo es tragedia y fatalidad; en cambio, aun cuando Las grandes lluvias tiene un velo trágico, no se trata de una mirada pesimista. En la novela hay un mensaje esperanzador, simbolizado por un diluvio que obstruye el camino de la joven, pero que le demuestra que su futuro será un continuo sacrificio que acarreará frutos. Éste es, a final de cuentas, el precio de la libertad, la cual es la idea fundamental de la primera novela de Eraclio Zepeda.
Aun a pesar de lo anterior, y con todo y que los diálogos resultan lejanos y algo inverosímiles, Eraclio Zepeda es todavía un gran caracterizador de personajes. En la novela, las figuras principales encarnan el bien y el mal; la generosidad y el egoísmo; la pasión y la apatía; el odio y la tolerancia; el orden y el caos. La confrontación del temperamento de cada protagonista sostiene la trama hasta el final. El lector encuentra obstáculos en el estilo, pero cada personaje simboliza una idea que, a su vez, aparece ligada al proceso histórico regional. La joven es imagen de la tierra emancipándose; el padre es el poder implacable del antiguo orden, la causa de la opresión; los indígenas son la paciencia, el equilibrio y la sapiencia terrenal; el sacerdote encarna la fe y el mentor de Juana personifica la autoconciencia del individuo; una autoconciencia y sabiduría que conduce a la rebelión. Esta rebelión es un viaje que significa libertad, pero cuyos costos son enormes sacrificios, peligros y traiciones. De este modo, la anarquía que resulta del conflicto familiar es la anarquía del ambiente social. Hay una confrontación en los hogares, pero también la hay en el sistema. Liberales y conservadores se disputan el poder y las posesiones. Todo se mueve por la ambición individual y terrenal. Algunos cuantos están motivados por deseos de realización moral y emocional. Esos pocos son quienes buscan la libertad y el orden. Juana, de este modo, aliada a la razón, al amor por los suyos, donde figuran doña Jimena y el joven Xun, los indígenas que la criaron, no ambiciona riquezas y huye de su entorno dejando atrás las comodidades de la opulencia para hallar un destino más humano y espiritual. Su temperamento se forja así con el coraje, la inteligencia y la abnegación. Aquí radica la belleza de la prosa de Zepeda; una belleza que convierte su literatura en una reflexión sobre la rebeldía humana. Aquí el lector halla la historia de los pueblos, que es la historia de las emancipaciones, y la historia de todos los amores prohibidos, tema tradicionalmente literario en occidente. Las grandes lluvias no es la mejor obra de Zepeda, pero representa un debut novelístico disciplinado, inteligente y placentero. Sin duda, la distancia estilística y temática de este trabajo con respecto a Benzulul es intencional. Eraclio está indagando en los terrenos de la historia y la novelística familiar, temas pioneros de la prosa regionalista. Su intención, como lo he mencionado, es una tetralogía sobre Chiapas, donde historia, temperamento y naturaleza estén ligados. Por ello, en esta primera novela de la saga, la lluvia es un elemento dual, pues es destructora y purificadora; la lluvia deshace lo construido, pero purifica la tierra; es un agente que atemoriza y engulle al hombre, pero también lo revitaliza e inspira. Es el personaje bíblico que nos brinda la idea de la fortaleza humana. Y a través de ella es cuando vemos que de la tragedia humana, encarnada en los grandes diluvios, brota la entereza de los individuos para forjarse un nuevo destino y, muy a menudo, una libertad auténtica y esperanzadora. |
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