No. 123/CUENTO |
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José Antonio de Armona #7 |
Jorge Sáenz Villarreal |
UNIVERSIDAD DE TEXAS EN AUSTIN |
El equilibrio en las estructuras
que conforman los edificios obedece al fiel funcionamiento de sus sistemas internos Ian Joseph Primero interior izquierda El barbero iniciará su actividad de comensal con los dedos de chocolate, piezas que siempre deseó tener dentro y fuera de su boca. Finalizará con las rodillas y se negará a ir más abajo, nunca gozó de los fetiches que involucraran a los pies. La tragazón únicamente de partes que en su normalidad son besables le brindará al barbero una sensación de bienestar mientras ejerce el acto indirectamente canibalesco. En el mastique de los trozos la escena que desplegará el barbero podría describirse como pueril, incluso tierna, al contrario de lo que pensará su mujer cuando descubra en flagrancia la hazaña entera minutos más tarde (que sugiero omitir del relato ya que desvía el propósito del mismo). De esta manera el barbero gozara del placer infantil al que se someten los niños al comer golosinas cuando se les tienen prohibidas. Disfrutará también de tener en todas sus posibilidades y formas el cuerpo de otra mujer. Días antes el barbero hubo de pedirle al dueño de la confitería un favor especial. Éste consistía en formar chocolatinas con el molde de variadas partes del cadáver de la hermana de su mujer, fallecida una semana antes, el día de los santos fieles. Cabe agregar que esta joven mujer nunca cedió (en vida) al iterativo cortejo del barbero. El hecho de que ella fuese la hermana de la esposa del barbero le daba razón suficiente para rechazar cualquier intento de éste por obtener su cuerpo. La mujer hubo de morir tiempo después bajo circunstancias no gratas e irrelevantes para la historia. Ahora bien, la proeza del confitero consistía en tomar las partes del cuerpo de la occisa para hacer moldes de cal en los que después se vertería el chocolate derretido. Esta transacción se mantendría en una privacidad absoluta: el dueño de la confitería sólo acepto la profanación y la barnizadura del cuerpo a cambio de un secreto desfogue necrófilo. El barbero asintió y propuso inclusive una módica cantidad monetaria que prometió pagar en corto plazo con base en la disminución significativa de los lujos con los que contaba su esposa y que consentían su excesiva ufanía pública. La verdadera razón del barbero para cometer esta hazaña inusual fue declarada años después en un grupo de rehabilitación y era, según sus palabras: “el dulce deleite que produce la infidelidad de lo que no se puede obtener”. Segundo interior derecha El mecanógrafo alimentará a sus cuarenta y tres gatos con yogur de la más alta calidad combinado con un fuerte régimen de alimentos felinos de importación. No le habrá importado vivir en un espacio tan reducido que constaba de tan sólo unos pocos metros, suficientes para colocar tres electrodomésticos, una cama, la regadera y el bidé. Tampoco será de su inconformidad el vivir en un ambiente insalubre y soportar el hedor combinado con la pelusa que producen los animales en cautiverio. Los vecinos señalarán el lugar y lo nombrarán el cuarto de servicio no sólo porque ésta fue la función primigenia del habitáculo. Por el contrario, su apodo provendrá de su condición presente y futura, mismas que serán causa de preocupación y burla de más de un vecino. El mecanógrafo sin embargo mantendrá una actitud estoica al respecto. Observará con paciencia el crecimiento de los hilos de pelo en sus mascotas y sin ningún recato gastará la mayoría de su salario en la manutención y bienestar de sus mininos consentidos. Dentro de sus diminutas preocupaciones existenciales se confabularán el futuro de los animales cuando su protector haya partido del mundo y el enigma de la supuesta deidad gatuna en la idiosincrasia egipcia. Quinto exterior derecha Tercero interior derecha Tras la muerte del mecanógrafo las visitas del arrendador se verán menguadas. Según la versión del rentero, esto se deberá a su intento por evadir y no propagar más escándalos en el recinto. El pintor para ese entonces ya habrá dejado de pintar por completo y se dedicará a oficios que él llama “más útiles” como el de oficinista, mesero o prostituto. Estas labores las ejercerá en distintas etapas de las veinticuatro horas. Dará inicio el día con su trabajo detrás de un escritorio en una agencia de viajes donde mostrará a clientes los paraísos terrenales. Por las tardes se dirigirá al restaurante ubicado justo enfrente de José Antonio de Armona #7 donde servirá mesas y concertará citas, revelando de esta manera a sus clientes los paraísos carnales. Al principio todos los sexo-servicios tendrán la misma cuota, con el tiempo y al volverse más avezado, cada favor tendrá un monto distinto en pesetas. El arrendador no mostrará enojo alguno tras enterarse de las nuevas actividades pintor, inclusive lo alentará a invitarlo cada vez que éste tenga concurrentes en su hogar. El pintor nunca lo hará, preferirá mantener en secreto sus actividades de lucro, imaginando así que un buen día rentero llegará y lo sorprenderá en su pequeño prostíbulo. Esa fantasía nunca se realizará, el pintor cansará de esperar el enojo del rentero y un buen se marchará del edificio aun cuando tenía año y medio sin que nadie le pidiera un centavo de renta. La enfermera pudo enterarse por boca del mismo pintor que éste se marchaba a México, mientras sollozaba en verso que no hay peor mal que el del ladrón que roba maridos y al final lo arrojan al olvido. La enfermera poco puso atención a su refrán. Tiempo después y en medio de una sesión consoladora con su juguete (misma que será la última del desaforado artefacto) se acordará de él y no encontrará más sentimiento para recordarlo que el de la distancia, aquella que borra caras, aparta seres y a juicio del barbero nos hace cometer infidelidades.
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Acuarelas de Mario Maldonado, Escuela Ncional de Artes Plásticas
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