No. 121/EL RESEÑARIO |
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El fin de la locura o la destrucción consciente de los discursos paradigmáticos |
Édgar Mora Bautista |
Jorge Volpi |
La amistad y el amor son las creaciones más frágiles. Jorge Volpi, El fin de la locura |
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En este año llega a las librerías El fin de la locura, novela en la que el ahora agregado cultural de México en Francia aprovecha el auge obtenido y el prestigio que le redituó ganar el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 1999. En ella, el autor se explaya nuevamente en esa búsqueda de renovación de las posibilidades de la mezcla de discursos (hibridez, dirán algunos posmodernos) que atañen a campos de conocimiento distintos. Si ya en En busca de Klingsor había ensayado con la ilusión literaria de estar creando una novela con la estructura de un tratado de física teórica y en Días de ira le otorgaba a las partes de su novela una división paralela a la de la misa católica, en El fin de la locura se atreve a convertir la trama en una especie de ensayo filosófico-psicológico-militante que se edifica alrededor de la reconstrucción de episodios biográficos de autores canónicos franceses de la segunda mitad del siglo XX y de una reconstrucción histórica de la historia reciente de nuestro país. Es así como por sus páginas se mueven las figuras imponentes (e impotentes en muchos casos) de pensadores como Jacques Lacan, Lotus Althusser, Roland Barthes y Michel Foucault. La crónica de la rebelión del París de 1968 se une repentinamente y sin aviso previo a la descripción crítica y la duda acerca de la pertinencia de la idea de utopía que pertenece más a una mente de finales de siglo que a un militante de la ilusión del triunfo revolucionario. No es gratuito entonces que Eloy Urroz califique en su ensayo La silenciosa herejía: forma y contrautopía en las novelas de Jorge Volpi,* a la producción del autor como una manera de ir en contra de los discursos que con la propuesta y el proyecto de mostrar una realidad posible, basen sus argumentos en una imposición autoritaria de la ideología que profesan. Esa deconstrucción de los discursos paradigmáticos se va a mezclar también con la fabulación acerca de personajes históricos que se suponían intocables o, al menos, figuras a las que no se podía tocar impunemente. Así el autor relata sesiones de psicoanálisis de Fidel Castro, descripciones de actos multitudinarios y privados de Salvador Allende y entrevistas secretas y anecdóticas con Carlos Salinas de Gortari y uno de sus némesis, el Subcomandante Marcos. El protagonista de la historia, el psicoanalista Aníbal Quevedo, transita entre estos personajes como un ser privilegiado por la historia, pero al mismo tiempo condenado a no pertenecer a ella. Este personaje, Aníbal, se va a convertir en el alter ego literario de Volpi. A través de él, el autor saldará cuentas con muchos de sus detractores, entre los que sobresale la figura de Christopher Domínguez Michael, mío de los críticos más ácidos del movimiento crack, al hacer una reconstrucción ficticia de la forma en la que fueron recibidos sus propios libros, tratándolos paralelamente con las obras producidas por Quevedo, que eran calificadas por un crítico en particular (Juan Pérez Avella) como “los peores libros del año”. En ese sentido, el manejo que el autor hace del humor se convertirá en una de las marcas que ya estaba presente desde obras anteriores como El juego del Apocalipsis y La paz de los sepulcros. La parodia de las reacciones del mundo cultural mexicano en relación a su producción literaria le dará a la novela un aire irónico del que no se desprenderá nunca a lo largo del relato. Esa capacidad para el autoescarnio, sin embargo, tiene sus aristas al presentarse como una revancha en contra de las críticas más frecuentes que se le han hecho al autor. Comentarios sarcásticos que pretenden burlarse de los reclamos de que, por ejemplo, los personajes de sus novelas no sean mexicanos o que la acción no se desarrolle en México. Uno de los párrafos del libro es, en este sentido, bastante ejemplificador:
Al final de la trama. Después. Volpi no resiste terminar su novela con un guiño humorístico al presentar una bibliografía que es una broma bastante sofisticada: al lado de libros seminales del pensamiento del siglo XX se alinean fichas de libros inexistentes. Como reza la advertencia al inicio de la novela: “Ésta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es culpa de esta última”. La realidad sobrepasada por una obra que seguirá cosechando detractores para su autor pero también lectores para su causa. Historia, humor, reconstrucción biográfica, burla de sí mismo y del sistema político, visita a la miseria y las rebeliones indígenas, filósofos franceses e intelectuales mexicanos: un coctel que merece ser leído con atención y en la misma medida, disfrutado página a página. |
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