No. 120/CRÓNICA |
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Arriba los buscavidas: Ari en el Azoocar |
Teoshia Bojorquez Chapela |
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM |
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El que Avenida Taxqueña se transforme en Avenida Tláhuac es un fenómeno similar al de la espalda, que al ir descendiendo por la anatomía humana pierde su glorioso nombre y comienza a llamarse culo. Y si bien es cierto que en esa latitud corporal es donde se encuentran los peores olores, también es ahí donde suceden las cosas más interesantes. “El nombre del juego es respeto”. A medida que se avanza hacia el oriente de la ciudad, partiendo desde la estación de autobuses foráneos del sur de la Ciudad de México, residencias amplias y bien pintadas se van transformando en interminables unidades habitacionales de interés social, en edificios resquebrajados de cuatro y seis pisos cuyas únicas marcas distintivas son sus muros y tinacos cubiertos por seudónimos crípticos: tags y bombas1 que además de agregar color a un entorno gris, sacan transitoriamente del anonimato a sus autores. El año es 2002 y la razón para seguir la anatomía de Avenida Taxqueña-Tláhuac es llegar al Azoocar, un antro con decoración “selvática” ubicado por ahí de la cadera del cuerpo que imaginamos antes, “donde la espalda aún no pierde su glorioso nombre”, como diría mi abuelita, pero ya empieza a oler raro, al borde entre las delegaciones Coyoacán e Iztapalapa. La razón para ir a ese sitio es la presencia de Ari (Ariana Puello), dominicana radicada desde pequeña en Girona (España) que hace Hip-Hop en castellano con claras influencias de la lírica política de MCs precursores como Chuck D de Public Enemy, la primera Queen Latifah, o los más recientes Mos Def y Talib Kweli. Originalmente el concierto estaba programado en el intermitente Skándalo, de Avenida Acoxpa, en medio de la clasemediera Villa Coapa, zona ampliamente bombardeada por la crew5 DFK (DF Kingz), algunos de cuyos miembros fueron responsables de traer a la rapera dominico-española a México. Pero por problemas con el local y dando tan sólo un día de notificación, el concierto se mudó al mencionado Azoocar de Avenida Taxqueña, casi Tláhuac. Y este “casi” es importante, porque acaso a unos kilómetros más hacia el corazón de Iztapalapa, y en un sitio menos kitsch que ese bodegón vuelto rincón tropical a base de humo artificial y luces de colores, de un mural con hojas de palmeras y animales salvajes y acechantes y un tanto deformes, acaso en el mero culo, en el hoyo fonqui en serio, un concierto de Hip-Hop como éste hubiera sido un tanto más apestoso y, acaso, interesante. En este sitio podemos comprobar una hipótesis de Josefa Guzmán, antropóloga que trabaja el tema de los cholos en Iztapalapa junto con la investigadora Lourdes Arizpe, en el sentido de que en el mundo del Hip-Hop se trastocan los rituales canónicos genéricos de presentación personal: los hombres son los que mayor “producción incorporan a su imagen: en sus peinados rebosantes de gel que recuerdan a los de los punks pero también a los de Goku o algún otro personaje Manga,6 en sus barbas de candado, en las barbas completas pero finísimas, de apenas una línea de pelo que marca la quijada y el nacimiento del labio superior. Hacerse estos afeites debe tomar horas. Las mujeres, por su parte, traen el pelo con dreadlocks, o repleto de trenzas, al estilo de las negras del ghetto, o muy corto y erizado también con gel, como el de los hombres. Las cholas aún se pintan los labios de negro pero ya cada vez menos, ahora predomina el look infantil, colorido, o el militar, con pantalones baggie ya no tan inmensos como hace unos años pero aún dos o tres tallas más grandes de lo necesario: tops apretados y ombligo perforado al aire, boxers subidos y pantalones abajo, brillantina en el rostro de niña, los tenis reglamentarios. Los jugos, los refrescos y el agua cuestan veinte pesos, las chelas veinticinco pero casi nadie las compra. La mota, lo que cuesta es el trabajo de ocultarla porque la revisión a la entrada ha sido minuciosa, pero por lo que se puede olfatear en el antro se deduce que más de uno logró pasar sus leños o su hitter, y se fuma más o menos abierta y libremente en el área frontal al escenario, donde los B-Boyz forman círculos para hacer sus quiebres, sus aspas de molino, sus poppings y lockings.7 El dance-floor está caliente, cubierto con humo de una mota que quizá no sea la “crónica” del Dr. Dre en California, pero seguro es zacate fresco, oaxaqueño o michoacano. Cuando Ari comienza a tocar, los B-Boyz ya no tienen espacio para sus acrobacias pues la gente se empuja contra el escenario, emocionada. Esta rapera mulata no ha sido distribuida en México por disquera comercial (o independiente) alguna. Su fama se debe a la piratería comercial y privada, al MP3, a los discos quemados que pasan de mano en mano como recomendación entre amigos, a los CDs piratas que vienen con todo y la portada y la contraportada originales, hasta con las letras (cosa que el CD original no ofrece), y que se pueden comprar en Tepito, en el mercado de la Bola, en Santa Cruz, en Xochiaca. Los presentes conocen bien el trabajo de Ari, rapean al unísono sus letras, gritan los coros, se emocionan con “éxitos” que no han nacido de hit parade alguno más que el de la voz en boca, “radio bemba” como dirían los cubanos y los argentinos. La misma Ari parece sorprenderse de que la conozcan tanto en un país en el que nunca antes ha estado. El nombre del juego es Hip-Hop, y su centro como dijimos, se llama respeto.Y éste se obtiene a través del trabajo, de las “batallas” que se dan en paredes para “escritores”, en pistas de baile para B-Boyz, con “tablas”8 para DJs, y con micrófonos para los MCs:
Al final del concierto, a manera de despedida, Ari toca dos anchores y por supuesto, cumple con un rito canónico de cualquier concierto de Hip-Hop que se respete: el free-styling, el zipher,9 el palomazo. En esta ocasión con los anfitriones mexicanos: suben al escenario MC Luca, ahora de La Vieja Guardia y antes del desaparecido grupo Chilangos; MC Azteca, directo desde Neza y quien a mi parecer es el mejor improvisador chilango que hay por el momento; así como Ximbo, representando a las raperas mexicas y al grupo Magisterio, cuyos flows10 se pierden un tanto al cantar con un micrófono ecualizado previamente para un potente barítono hispano. El concierto termina y la gente sale ordenadamente hacia la tarde sabatina, hacia el calor asfixiante de la primavera y el estío. Abordando autos, peseros y patinetas, regresan por las arterias citadinas hasta sus hogares o a seguirla en otra party, ya sea en el mero culo de la ciudad, o más para arriba, en la cabeza del gran cadáver viviente en que se ha convertido esta enorme México-Tenochtitlan. ![]()
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Dibujos de Hugo Pérez Gallegos, Escuela Nacional de Artes Plásticas |
1 Tags y bombas son dos “categorías nativas” de los grafiteros para designar, respectivamente, a una firma poco o medianamente elaborada. |
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