No. 117/CRÓNICA |
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Una senda hacia Tizapán |
Ricardo García López |
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM |
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Tizapán, colonia que se ubica al sur de la ciudad de México y en la que llegó a vivir el pintor, arqueólogo y director de danza moderna “Chamaco” Covarrubias, adquirió en mi vida un sentido mucho más atávico cuando descubrí la importancia que había tenido para mi abuelo y mi padre, ya que ellos al igual que yo crecieron en ella. Pero también allá afuera, recorriendo el asfalto y oliendo los olores de las calles y el barrio, me pude dar cuenta de que éstos son esenciales para la formación y consolidación de nuestra identidad, aunque hay quienes nos aferramos más a sus espacios y recovecos intentando dignificar y reivindicar su esencia. Tizapán siempre ha tenido una estrecha relación con San Ángel. En el siglo XVII, con la introducción de animales de tiro, se comenzaron a construir caminos para carretas que entrelazaban a los distintos pueblos, y uno de estos importantes caminos era el Real de San Ángel, que llegaba hasta el pueblo de la Magdalena; para hacer este recorrido era imprescindible atravesar el pueblo de Tizapán. Hoy en día, Tizapán es una colonia que se ha visto afectada y dividida por la construcción de alternativas viales. La invisible línea que limita la vecindad entre Tizapán y San Ángel ha propiciado que muchos aseguren con presunción que residen en San Ángel y no en Tizapán. Esta fatua y falsa auto adscripción suele encontrarse más a menudo en nombres de nuevos conjuntos habitacionales, así como de diversos establecimientos que pretenden adquirir categoría; tal es el caso de un hospital que se encuentra a escasos metros del corazón de Tizapán, el cual ostenta con grandes letras azules su nombre: “Hospital San Ángel Inn”. Además, el exiguo conocimiento que existe sobre la ubicación de Tizapán, que suele ser confundida con Atizapán de Zaragoza, la obliga a ser identificada como Tizapán San Ángel. Empero, las alusiones a Tizapán no son pocas ni recientes, por ejemplo, el novelista Manuel Payno, en el siglo XIX, escribió:
El poeta y político Guillermo Prieto, en El verano en el Distrito Federal, se refirió a esta zona del sur de una manera similar:
También el pintor mexicano José María Velasco, en un lienzo titulado Fábrica de la Hormiga, plasmó a Tizapán. En la actualidad la alusión al barrio se encuentra manifiesta en canciones de distintos géneros musicales, tal es el caso de “Por las calles de México”, interpretada por la internacional Sonora Santanera: “Te busco por Guerrero,/ la Villa y Tizapán…”
La calle de Frontera
![]() En el límite de Tizapán con San Ángel, en la esquina de la calle Frontera con la de Arteaga, se encuentra el Colegio Jesús de Urquiaga; en aquellos tiempos no era laico, ya que pertenecía a unas monjas Josefinas, y únicamente se impartían clases de preescolar, primaria y comercio. Cursé los seis años de primaria en este colegio, pero a pesar de la impositiva y morigerada educación que se impartía en ella, el sexto y último año —en el cual el colegio cumplió un siglo de vida— fue uno de los más felices de mi niñez. En este año comencé, a pesar de mi corta edad, a irme caminando del colegio a mi casa; eso me sirvió para recorrer y husmear cotidianamente toda la colonia y volverla cada vez más entrañable. Sobre la calle de Rancho Palmas, perpendicular a la de Frontera y frente al Foro Ideal, se encuentra la secundaria número 261, que está asentada en lo que era el jardín de una casa que data de principios del siglo XX. La secundaria, en sus primeros dos años, no comenzó a funcionar en el terreno antes referido sino, irónicamente, dentro de las instalaciones de lo que era una cárcel preventiva —hoy ministerio público— que se encuentra entre avenida Toluca y calle Tlaxcala. En el patio, donde aún se podían avistar las regaderas en las que se duchaban los reos y desde donde los estudiantes podían mantener una distante comunicación con los presos a través de mentadas de madre, se encontraban unos improvisados cuartos de lámina que funcionaban como aulas. Frontera encuentra sus límites en el entronque con la calle que, dividida drásticamente por el Periférico, representa el indefectible lado gastronómico de Tizapán: la de Veracruz. Sobre esta calle, evocada por los oriundos como la “calle del hambre”, se encuentran las más conocidas taquerías del rumbo. El histórico Tizapán La Hormiga, en donde trabajó por mucho tiempo mi abuelo paterno, fue fundada con capital inglés y se encontraba cerca de donde hoy está la clínica No. 8 del IMSS. Su maquinaria era impulsada por la energía de un río que hacia girar una enorme rueda, y en ella se producía todo tipo de manta y algodón sin teñir. A finales de la primera década del siglo XX estalló en La Hormiga una de las huelgas más importantes de la República Mexicana, después de la de Cananea y Río Blanco: la huelga de 1909. El periodista norteamericano John Kennet Tuner, en su México bárbaro, registró las precarias condiciones en las que se encontraban los trabajadores de esta fábrica:
En La Abeja se fabricaban artículos de bonetería de excelente calidad, hechos en distintos tipos de algodón, según el acabado del producto: para los finos se utilizaba el egipcio y para los comunes, el mexicano. Estas dos últimas fábricas tuvieron un efímero protagonismo durante la gran asonada revolucionaria. Las instalaciones de La Abeja llegaron a ser tomadas y desde las azoteas de La Hormiga se podía observar los enfrentamientos que, entre federales y zapatistas, se llevaban a cabo en Puente Sierra y San Jerónimo. Tizapán también cuenta con otros edificios históricos, como la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe. Sus antecedentes datan del siglo XVI, cuando los Dominicos, que evangelizaron el pueblo de Tizapán, levantaron una ermita. Hacia el siglo XVIII ésta fue transformada en capilla y en 1933, declarada monumento histórico. En Tizapán, como en muchos otros barrios del Distrito Federal, han desaparecido gran parte de las pulquerías y vecindades; las canicas y la tapa ya no son los rutilantes juegos que iluminaban los ojos de los niños en las calles; el merenguero que se jugaba la mercancía en volados ya no pasa más y las tradicionales posadas apenas subsisten. Sin embargo, como una evocación sempiterna, aún surca el cielo de Tizapán un número considerable de papalotes.
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Fotografías de Cecilia Mar, Escuela Nacional de Artes Plásticas |
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