Carrusel / Entre voces / No. 243
Pocket abuelitas: una colección de memorias
Cuando se habla de colecciones, suele pensarse en cosas materiales y temáticas. Si se busca la definición en internet, el común denominador entre los cientos de resultados son las palabras conjunto, acumulación y serie. Nunca se especifica si se trata solamente de objetos materiales o si lo intangible también puede coleccionarse (yo creo que sí). Aunque coleccionar es una suerte de azar, obsesión y dispersión, todos podemos darnos cuenta de que, en realidad, con el paso de los años, vamos acumulando una serie de vivencias y recuerdos que constantemente sacamos a relucir de manera oral y en los momentos cotidianos de la vida.
“Cada quién sabe qué carga en su propio costal” dice una frase popular, y es cierto, la mente del otro nos es ajena y por tanto misteriosa, por eso queremos saber las cosas que guarda. Cuando alguien comienza a evocar historias, le oímos fascinados; igualmente cuando abrimos nuestra colección de memorias, la contamos con el mismo ímpetu.
La oralidad es tan común, que a veces pasa desapercibida, entendió David Calderón Zonana Uziel Malca (Ciudad de México, 1998), un joven editor, compilador y ahora coleccionista, que pertenece a la comunidad judía, árabe y turca. Él trabaja en el proyecto Pocket Abuelitas, una serie de fanzines que, en verso y fragmentos, cuenta la historia de diferentes abuelas de la comunidad judía a través de sus recetas de cocina.
Hace un tiempo él trabajó en la editorial independiente Gato Negro Ediciones, donde hacían libros de artista y divulgación. “Se imprimen como 200 de cada uno, y es una aproximación muy experimental. Ahí aprendí mucho y me empapé de ideas creativas sobre cómo hacer libros”.
A la par, lleva mucho tiempo colaborando con Mónica Unikel, reconocida historiadora de la comunidad judía mexicana y principal promotora de las actividades culturales de la Sinagoga Histórica Justo Sierra 71, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Ahí organizan charlas, presentaciones de libros y, cada segundo domingo del mes, recorridos por el barrio de La Merced. Entre otras cosas, intentan reconstruir, a partir de testimonios y fotografías, cómo era el barrio judío cuando ése era el barrio de los inmigrantes. “Con la perspectiva de que somos una cultura inmigrante que llegó a finales del siglo XX, y que son historias tanto judías como mexicanas, Mónica me enseñó a hablar no tanto de la Historia, sino de las historias. Ella empezó este proyecto sola, hace muchos años, entrevistando a la generación de los abuelos.
En el 2020, durante la primera ola de la pandemia por covid-19, David Calderón perdió a su abuelo materno y se quedó con una sensación de ausencia al darse cuenta de cuántas cosas le pudo haber preguntado y cuánto de su historia pudo haber archivado. Así nació Pocket Abuelitas, un proyecto en el que sintetiza lo que ha aprendido en la Sinagoga Histórica y en su paso por Gato Negro Ediciones.
David, ¿cómo encontraste en la cocina este vínculo de identidad?
Por lo menos en la comunidad judía de México, la comida tiende a estar atada al personaje de la abuela, y creo que ahí, en las recetas que mi abuela cocina, se derrama un poco esta identidad mezclada entre lo mexicano, lo turco, lo marroquí y lo judío, pero nunca se enuncia como tal y eso me encanta. También creo que la cocina propone un acercamiento no académico, institucional ni hegemónico a través de la memoria.
En cierta forma, el rol de algunas abuelitas en la comunidad judía en México ha sido funcionar como este núcleo que no solo reúne a la familia, sino todos estos sabores y saberes que han sido heredados de boca en boca y que cargan una historia oral muy antigua.
¿Cómo se dan los encuentros en torno a la mesa dentro de la comunidad judía?
Los judíos —no todos— nos reunimos cada viernes en la noche al Sabbat, un día sagrado donde recordamos cómo Dios construyó el mundo en seis días y el séptimo descansó. Entonces estamos religiosamente obligados a descansar, pero la costumbre es que el viernes en la noche le damos la bienvenida al Sabbat, y nos reunimos principalmente en casa de la abuela: primos, tíos, hermanos, hijos, padres, todos. Y mi abuela siempre dice: “¿Cómo le hago para evitar que mis sobrinos, yernos, hijos y nietos discutan entre ellos? Pues los mantengo ocupados comiendo comida deliciosa”.
Pocket Abuelitas comenzó a gestarse desde hace varios años, sin embargo, es reciente la publicación de los librillos, que ya son ocho, con las recetas y fragmentos de la vida de ocho abuelitas judías: Fortunée Calderón, Chela Nissan, Raquel Shabot, Adela Hop, Yola Kleiman, Flora Cohen, Clarisse Meschoulam y Judith Contente. David vio en la comida el vínculo perfecto para acercarse a conversar con sus mayores, porque dice que la comida es algo que todos hacemos, algo que nos une.
¿Te costó trabajo que aceptaran contarte su vida?
Todo empezó con la idea de poner a mi abuelita en un librito que yo me pudiera llevar a todas partes, pero me enfrenté a que le decía: “Quiero entrevistarte, que me cuentes tu vida”, y ella me sacaba: “Pero ¿qué te voy a decir?”. Entonces pensé que, para que ella no se sintiera así, podía abordarlo desde la cocina. Creo que es mucho más factible pedir: “Abuelita quiero que me enseñes una receta”, a decirle: “Quiero entrevistarte sobre tu vida”. Con la receta ni brinca, porque dice: “Tengo muchas y nadie me las ha pedido”, y les encanta, entonces he pensado en las recetas como la excusa para acercarme a estas mujeres que cargan sus historias de migración, de tradiciones muy antiguas, de familias que han sobrevivido muchos exilios, y que ahora están en México.
¿Tu abuela, Fortunée Calderón, cómo tomó la idea del proyecto?
Le pedí que me enseñara a hacer las borrequitas de jandrasho, que son un platillo que nos encanta, y me dijo: “Sí, vente un día y las hacemos”. Cuando fui platicamos un rato antes de cocinar y puse la grabadora. Luego, cuando cocinamos seguí grabando porque estas conversaciones se dan cocinando, giran en torno al fuego; es muy bonito cómo se entremezcla el sonido de la berenjena sancochándose, la licuadora, las instrucciones que me da mi abuela y sus recuerdos.
Me llama la atención que es a partir de la pérdida de tu abuelo que tomaste conciencia de rescatar esas memorias…
Creo que la pérdida siempre está ahí, aunque hay ciertos acontecimientos que nos hacen enfrentarnos a esa pérdida inevitable que existe en todas nuestras relaciones. Los abuelitos, quizás por la edad o por lo que entendemos de la vejez, nos hacen creer que la pérdida está aún más presente; son como una nostalgia inminente y fundamental en el amor que sentimos por ellos. Es un amor muy particular, yo siento que es una metáfora del amor que tenemos por el pasado, por el origen.
¿Siempre has tenido ese amor por lo antiguo, por el pasado?
Sí, cada cumpleaños mi hermana me hace el chiste de que me acerco más a mi edad real. Siempre he sido un poco rarito en ese aspecto, porque mis amistades suelen ser mayores. Me acuerdo que, cuando éramos chiquitos, en casa de mi abuela estaba la mesa de los grandes y la mesa de los niños. Yo escuchaba la mesa de los adultos y quería estar ahí, al lado de ella, hacerle preguntas y que me contara cosas. Yo encuentro en la voz de los abuelos un tono, acentos que evidencian su migración, tonos que el acento de mi papá no tiene. Es algo que me genera cosquillas en el corazón, supongo que hay mucha gente que se identifica con eso. Yo puedo pasar horas y horas escuchando a mi abuelita hablar y como que me arrulla. Siento un contacto muy crudo con una versión vulnerable e infantil de mis sentimientos.

¿Por qué crees que te suceda eso?
Yo creo que construimos esa relación con ellos toda la vida. Mi papá dice que su mamá era súper estricta con él, pero con sus nietos es muy dulce; yo siento que es así porque no tiene tanto la consigna de educarnos. En México tenemos una idea muy particular de los abuelos, de que nuestros ancianos son los que tienen la sabiduría, los que unen a la comunidad, a los que vamos para pedir lecciones, consejos, comida. Creo que ahí hay algo sumamente mexicano. El tema de los abuelitos toca al niño y a la niña que tenemos dentro.
¿Y por qué entrevistar a abuelitas y no abuelitos?
El judaísmo se hereda por la madre, y me parece interesante que sea la mujer la que se encarga de esta labor identitaria, la que la hereda. Por lo tanto, sin caer en roles de género, porque todo cambia, es la mujer la que, de nuevo, une a la familia. Quizá por lo mismo a mí me interesan más las abuelitas que los abuelitos. Además, la historia institucional jamás se ha interesado en darle espacio a las mujeres, menos a las mayores; ellas se ven a sí mismas y dicen: “Pues yo soy una persona normal, soy una abuelita, qué te voy a contar”.
¿Buscas rescatar las historias de estas mujeres para una colección de memorias?
Parte de mi intención con este proyecto es retar la idea de la historia institucional; no me interesa la Historia con H mayúscula, me interesa la memoria y buscar formas de archivarla. Con este proyecto me he planteado que mi rol no es de autor sino de editor, porque lo que hago es transcribir estos recuerdos. Me interesa que queden grabadas las palabras de mi abuela, su experiencia, las formas en las que habla, las muletillas que usa, cómo construye sus oraciones. Siento que ahí, en su forma de hablar, hay algo sumamente poético e histórico, y me parece muy importante encontrar formas para archivar eso como una historiografía. Yo diría que es un archivo de memorias que se pueden cocinar, una pequeña colección de historias.
¿Utilizas un formato como si estuvieras haciendo poemas de sus vivencias y recetas?
Cuando empecé Pocket Abuelitas me pregunté cómo editar, cómo aplicar las reglas de redacción, porque cuando hablamos no lo hacemos con puntos y comas, sino que es más fluido. Así que elegí que la rae no entrara en mi proyecto, y decidí que todo lo que transcribiera sería en minúsculas porque no hay principio ni final. Le pongo por ahí algunas comas para que sea más fácil de leer, y el formato de poema le da cierta libertad a estos libros. Aunque en realidad yo hago fanzines, no estoy buscando que ninguna editorial me publique, ni siquiera estoy pensando en venderlos, busco compartir el amor que siento por mi abuelita. Publico en redes sociales estos libritos —en @pocketabuelitas— para que cada quien imprima su ejemplar. Yo hago mis libros con el teléfono para enseñarle a la gente que, a estas alturas, si tienes un teléfono ya puedes hacer libros, creo que vivimos en épocas muy emocionantes en cuanto a la edición.
¿No son justo las personas mayores quienes piensan lo contrario respecto a los libros?
Muchos piensan que, como ahora ya usamos mucho el teléfono y todo se está virtualizando, ya no hay espacio para los libros. Yo estoy en total desacuerdo, creo que nunca habíamos tenido tantas herramientas a nuestra disposición, y creo que nunca vamos a perder el deseo de contar historias —aunque sea de forma virtual— e imprimirlas.
¿Por qué el nombre Pocket Abuelitas?
Yo le dejé el pocket por pensar en Polly Pocket, pero también siento que hay algo en la contradicción de dos idiomas y que usemos anglicismos en este chilango vernáculo, y también en el hecho de que todas estas abuelitas son bilingües. De todas ellas, sus papás hablaban árabe, francés, yidis, ladino, turco, griego, y eso es lo que oían en sus casas, pero en la calle hablaban español. Me gusta que en el mismo nombre del proyecto conviva lo bilingüe, que es una parte esencial de la inmigración.
¿Cuándo te diste cuenta de que el proyecto ya estaba aterrizado e iba para algo serio?
Una vez teniendo el de mi abuelita empecé a contactar a otras, sobre todo de la comunidad judía de México. Primero con la mejor amiga de mi abuelita, luego ella me fue contactando con otra y así fui haciendo esta red. A cada una les he pedido que escojan una receta que para ellas sea importante, y entonces voy a sus casas, las entrevisto, platicamos, cocinamos, tomo fotos. Eso lo transcribo, edito y lo convierto en estos libritos. Que son independientes, pero parte de esta colección constante.
¿Qué te gustaría que sucediera con Pocket Abuelitas?
Me gustaría que se expandiera, porque más que presentar un producto, me interesa presentar una actitud con nuestras abuelitas y nuestro pasado. Me gustaría que personas de distintos contextos vean esto y se animen a hacer lo mismo en su entorno, que entrevisten a sus abuelitas, que registren sus recetas y que las compartan.

David Calderón Zonana Uziel Malca tiene 25 años, ama profundamente esta ciudad y los encuentros que facilita, “la palabra chido nace de aquí y sólo puede utilizarse en México”. Piensa que la identidad es racional, “yo siempre me identifico en función de la persona con la que estoy o del contexto en donde me encuentro, por eso mi identidad cambia todo el tiempo, de cierta forma es como un juego performativo, siempre dudo mucho cómo identificarme”. De lo que no duda es de la importancia del pasado, de la integración multicultural que se ha gestado en México y otros países con la comunidad judía, y de que “ahora más que nunca es el momento de contar buenas historias de judíos”.
“Nosotros estamos muy obsesionados con la historia, sobre todo con la historia familiar me encanta; yo puedo decirte los apellidos hasta de mis tatarabuelas. Me gusta utilizar, si puedo, mis cuatro apellidos, porque me gusta representar a mis cuatro abuelas, todas han sido parte de mi vida y ahí encuentro mi identidad”.
Sus abuelos y bisabuelos llegaron a México a principios del siglo XX “procedentes del medio oriente, donde habían vivido por siglos. Huían del Imperio otomano, mi familia es completamente de un contexto otomano”. Del lado de su papá, eran de Salónica, que entonces era la capital judía del Mediterráneo, incluso en algún punto la población judía en Salónica fue del 68 % del total. De manera que los sábados que es el Sabbat cerraban el puerto. Pero toda esta comunidad fue extinguida por los nazis, “mi familia logró escapar en los treinta, y ya no queda nada de evidencia del pasado judío ni del pasado musulmán, que también ha sido muy presente”.
Su abuelo paterno llegó directo a México, su abuela materna nació en Casablanca, Marruecos, con padres de Turquía. Ella vino a México cuando tenía 14 años, en 1946, en medio de la guerra. Su papá se había ido dos años antes a América, nadie sabe por qué terminó en México. Había dejado a su esposa de 33 años con sus dos hijos y una bebé recién nacida en Salónica, se fue a Nueva York y tomó un tren a El Paso, y de ahí a la Ciudad de México, hasta que pudo juntar el dinero suficiente para poder traer a su familia.
¿Por qué México para venir a comenzar de nuevo?
Más que una razón, hay muchas historias: en el Imperio otomano, a principios del siglo XX, ya se vivía una fuerte decadencia, había una crisis económica y muchas guerras antes de la Primera Guerra Mundial. En esa época el servicio militar era obligatorio para los jóvenes a partir de los 16 años, y dicen que a los turcos no les caían bien los judíos, entonces los ponían en las primeras líneas de las trincheras, lo cual significaba una muerte segura. Más que una razón, hay muchas historias: migrantes que se subían a barcos que decían América y terminaban en el puerto de Veracruz en lugar de sus destinos. Me imagino que donde se les acababa el dinero tenían que quedarse, y en cuanto a uno le gustaba le avisaba a los primos, a los tíos, a los papás, y así se fueron jalando los unos a los otros. Yo agradezco todos los días que mi familia haya llegado a México.
Pocket Abuelitas, más que ser un proyecto de su autoría, es para David un trabajo de edición: “Es una idea más que un producto, no me interesa la autoría porque creo que las ideas le pertenecen a más de una persona, y que nacen como un resultado de las relaciones que tengo, de pláticas con otras personas, del contexto”.
Y, como dice al final de cada entrega de estos libritos, los recuerdos y recetas de estas abuelitas judías son parte del legado de los inmigrantes en nuestro país. Son una colección de memorias.