Category: No. 0204

  • 0204_Concurso 48 (Ensayo)_El autómata jugador de ajedrez – Ricardo Medel Esquivel

    Ensayo / No. 204
    El autómata jugador de ajedrez 

    CICATA-LEGARIA-IPN

    Como es sabido, se dice que existía un autómata
    construido en forma tal que era capaz de responder
    a cada movimiento de un jugador de ajedrez
    con otro movimiento que le aseguraba el triunfo
    en la partida…

    Walter Benjamin
    Sobre el concepto de la historia

    (more…)

  • 0204 – Editorial

    Editorial / No. 204

    “Nunca después”, de Pura López Colomé, es el poema que abre, en la sección Del Árbol Genealógico, este número de verano de Punto de partida. Agradecemos a la autora, quien comparte con nuestros lectores esta pieza que reinterpreta, desde una anestesiada duermevela, ciertos referentes orográficos en una concatenación de versos, muchos de ellos memorables. El poema de López Colomé, jurado de Poesía en el Concurso 48 de la revista, cuya primera entrega de ganadores publicamos hoy, abre paso a las dos series poéticas merecedoras de premio en esta edición del certamen.

    En el caso del primer premio, “Seres aplastados”, de Anna Angulo, su publicación al inicio del dossier responde, precisamente, a una lógica de contraposición. Se trata de una serie de poemas en clave de humor cáustico, que van directo al lector mediante un lenguaje que mezcla la rudeza y la calidez en su descripción de la cotidianidad. Le sigue “Los rastros del amor en la ciudad”, de Daniel Salazar, un conjunto de corte más clásico, con un trabajo de depuración y una clara atención a la imagen poética.

    En narrativa publicamos a los dos ganadores en la categoría Cuento: Rafael Esteban Gutiérrez con “La aprendiz de Nicole Kidman”, historia entrañable narrada por una hermana muerta en un lenguaje emparentado con el cinematográfico; y Gabriela Solís Casillas, que cuenta en “Carolina” la imposibilidad de relación de unos personajes apresados por el fanatismo y el dolor de los recuerdos. En Ensayo, dos piezas notables: “El autómata jugador de ajedrez”, de Ricardo Medel Esquivel, retoma la historia de El Turco, un artefacto que intrigó a científicos y escritores a fines del siglo XIX; y “Gansito Marinela”, de Ricardo Macías, pone a debate las preocupaciones filosóficas del autor a partir del análisis de su adicción al pastelillo que titula el texto. El cuerpo literario de este número cierra con tres reseñas a sendos libros publicados en años recientes, a cargo de Elisa Aguilar Funes, Alonso Núñez Utrilla y Víctor Cabrera.

    La parte gráfica merece, como es costumbre, atención especial: esta vez, las series ganadoras de premio presentan, ambas, un claro énfasis conceptual resuelto con fortuna en la imagen. Desaparecer es “dejar de existir”, tintas con una temática social realizadas por María Fernanda Enríquez, y Coloración degenerativa, de Santiago Amaya O’Farrill, quien retoma las clásicas plantillas de dibujo numeradas y las integra en una propuesta que invita a la interacción artista/espectador. Como portafolio desplegado en estas páginas contamos con obra de la fotógrafa Koral Carballo, que comparte generosamente imágenes —algunas un tanto perturbadoras— de su serie Estudio sobre la neurociencia del sueño.

    A manera de cierre, quiero hacer mención de los escritores y artistas que integraron el jurado de este concurso 48: Magali Tercero, Julieta García González y Felipe Restrepo Pombo; Ana Clavel, Cristina Rascón y César Gándara; Daniela Tarazona, Karen Chacek y Marcial Fernández; Ingrid Solana, Enrique Díaz Álvarez y Lobsang Castañeda; Lourdes Almeida, Marisol Paredes y Javier Hinojosa; Martha Hellion, Maribel Portela y Sergio Ricaño; Pura López Colomé, Paula Abramo y Luis Paniagua; y Yael Weiss y Hernán Bravo Varela. A todas y todos, nuestro agradecimiento.

    Carmina Estrada

  • 0204_Del Árbol Genealógico – Nunca después – Pura López

    Del Árbol Genealógico / No. 204
    Nunca después

     


    Oí a alguien mencionar
    con crudelísima ansiedad
    los Apeninos,
    avanzando por el túnel
    atemporal de la anestesia,
    recuerdo acorralado
    aunque no mío,
    una nube deshilachada entre cornisas,
    un algodón de nácar en la lengua.
    Ningún paisaje
    surgió espontáneamente
    ofreciendo elementos
    de un mundo bien distinto
    que dejara con la boca abierta,
    sin habla, sin poder describir
    o definir esa belleza,
    su insufrible, intolerable,
    hórrida armonía,
    su equilibrio doloroso.
    Desde la cóclea intuí
    el mensaje en clave,
    qué cumbres merecían
    ser
    de Maltrata,
    un paradigma
    de estrías expresivas,
    un rostro carcomido entre senderos;
    cuáles multiplicaban su presencia
    llenándola de ceros,
    Mil,
    surcando paso a paso
    el eje volcánico del norte,
    cicatrizando en frío su territorio;
    o si resultaría quimera
    tildar
    de Borrascosas
    alturas cortadas a la medida
    para arrojarse, precipitarse
    e ir rodando entero, luego quebrado,
    después poco a poco desmembrado
    porque ya nada, en serio nada, tiene caso,
    porque no “vale la pena vivir”,
    como afirmaba el arzobispo Fulton J. Sheen,
    emergiendo sin cuerpo
    por las bocinas del radio
    en la lengua de Rambal,
    a temprana hora
    los domingos
    de mi infancia:
    el son nido, en arrullo.

    “Nadie sabe para quién trabaja”,
    se repetía después en la cocina de la casa.
    Si bien entonces no entendía esa frase,
    hoy puedo salir de dudas
    con una equivalente:
    “Ahora caigo”.

    Gracias al “prelado”
    y a su cursi intensidad predicatriz,
    vi (aunque suene raro
    que el oído impulse la visión
    y además sea desquiciante)
    mi trayecto pendular
    del color pálido al marino
    en un salón hostil
    de un febrero de otro siglo.
    Azul gasa de una herida
    o pabellón de hamaca,
    pluma de pavo real a contraluz,
    envolvía mi pensamiento,
    sus entrañas criminales,
    manta de cielo, cabello
    de ángel arrogante
    recién lavado y suelto:
    tan apenino que
    sin motivo

    vale la pena morir.


    Pura López Colomé (Ciudad de México, 1952). Estudió la carrera de Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado más de una decena de poemarios, entre ellos: El sueño del cazador (Cuarto Menguante Editores, 1985), Un cristal en otro (Ediciones Toledo, 1989), Aurora (Ediciones del Equilibrista, 1994), Intemperie (Juan Pablos, 1997), Éter es (Conaculta, 1999), Tragaluz de noche (FCE, 2003), Música inaudita (Verdehalago, 2004), Santo y seña (Premio Xavier Villaurrutia 2007; FCE, 2007), Una y fugaz (Bonobos, 2010), Lieder: cantos al oído/cantos al olvido (Bonobos, 2012), Reliquia (Conaculta, 2014) y Via corporis (en colaboración con el artista visual Guillermo Arreola; FCE, 2016). Conaculta publicó, en 2013, sus Poemas reunidos 1985-2012. Algunos de sus ensayos se encuentran reunidos en Afluentes (Literatura UNAM, 2011). Su obra ha sido traducida en Estados Unidos, Irlanda, Francia, Inglaterra, Holanda, Austria. Ha traducido a poetas como Robert Hass, H. D. (Hilda Doolittle), Breyten Breytenbach y Seamus Heaney. El catálogo del Fondo de Cultura Económica incluye, en su colección de audiolibros (tres CDs), una antología bilingüe de poesía que llevó a cabo en colaboración con el poeta escocés Alastair Reid, bajo el título de Resonancia/Resonance. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

  • 0210_Concurso 49_La portentosa mujer que no sabía hablar (poesía) –  Andrea Rivas

    0210_Concurso 49_La portentosa mujer que no sabía hablar (poesía) – Andrea Rivas

    CONCURSO 49 / No. 210

    La portentosa mujer que no sabía hablar

    Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

    Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria. Allí yo, ebria
    de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo
    de la hierba

    Alejandra Pizarnik

    Debajo de la hierba nuestros nombres verdaderos clausurados
    en la piedra del encono duermen ignorantes
    de los significados que andan sin carcaza para defenderse.
    Qué extrañeza es para los otros
    el mirarnos deshechas rehechas nauseabundas reinas de burdeles imaginarios de bosques
         imperios y habitaciones vacías
    qué gracia les causa
    con qué conmiseración leen nuestras palabras líquidas
    los cúmulos de atrocidades que no van ni vienen
    porque no tienen nada que los mantenga fijos en una sola palabra.
    Si digo retórica quiero decir engaño
    pero también que me equivoco y no hay modo de organizar este big bang de ideas que no llegan
         a la siguiente neurona.
    Todo esto para decir
    que si vieras cómo de cuántas maneras distintas ensayo la coherencia
    y esta prodigiosa manera de fracasar soy yo
    pero no podrás nombrarme no seré el ejemplo de tu caso clínico
    la portentosa mujer poeta que no sabía hablar
    porque ¿recuerdas?
    nuestros nombres están clausurados
    no hay nombres y tú estás destinado a escuchar y al olvido
    estás escuchándome
    no digo nada
    para qué decir
    cuando cierres la página
    la ausencia de puntos será la continuidad de tu vida

    Los hechos son éstos
    un cáncer en tu estómago me dejó sin padre
    a los dos años

    Nunca pregunté por ti nunca supe
    tu cumpleaños ni la fecha de tu funeral
    & siempre creí que eras ingeniero
    hasta que en algún lado escuché que tú
    tampoco entendías de números & ese día
    asumí que quizá te hubiera gustado saber
    que soy poeta

    Casi alcanzo tu edad papá mi novio ya es tres años más grande que tú
    & cuando peleamos pienso
    qué me aconsejarías hacer pero qué puede aconsejarme
    un hombre-a-medias un hombre débil que no conozco & que no tuvo las fuerzas
    para quedarse a hacer lo que tenía que hacer
    que era crecer para su hija & darle consejos
    cuando ella también creciera & tuviera un novio
    & estuviera perdida

    Quizá a ti tampoco te dieron consejos papá
    & por eso te moriste & no fue tu culpa
    sino de los que no te hicieron entrar en razón
    cuando te abalanzabas hacia la muerte
    o te fuiste de mi mundo porque estabas harto de sugerencias
    & creciste tumores que te llevaran a descansar lejos

    ¿Descansas papá
    aun cuando escuchas mis quejas diarias
    mi odio nocturno a tu debilidad
    a haberte muerto con una lengua
    que no me regalaste que no me enseñaste a hablar
    —papá yo quiero escribirte en árabe & me da rabia
    porque tú no supiste dejarme una voz mía que supiera hablar de mi sangre—
    & luego mi arrepentimiento por no saber entender
    que tú no podías decidir quedarte?

    Cuando tacho tu apellido de mi nombre
    no te niego
    es sólo como cuando me niego a ver los videos
    que guardan tus movimientos y tu voz
    como negarme a darle play al VHS
    donde dice cuándo naciste & qué te gustaba comer
    si odiabas a los poetas
    & si me querías & si tenías sueños
    o si eras un buen amigo o un nefasto perdedor
    pero papá quiero que entiendas
    que yo no puedo saber esas cosas
    que aprehenderte me hace daño
    que tu imagen vacía es lo más cálido
    & la mejor herencia que puedo pedirte
    que este poema sólo existe porque yo sé
    que mientras no inicie la videocasetera
    yo puedo dibujarte un rostro & llamarte papá
    & pedirte consejos & pensar que escuchas
    que quieres escuchar que te gusta leer poemas
    que te gusta que te hable que te gusta que te pida consejos
    & cuando se reproduzca el conocimiento papá & sepa quién eres
    & no me quede nada más por saber de ti
    el poema se cierra
    & te mueres papá
    te mueres.

    nosotras y los leones

    i.
    crecimos separadas en la misma
    cruel y fina jaula de leones
    de tu lado las aves erraban los vuelos
    comiendo trampas de infértiles semillas
    de mi lado no había alas sino lombrices secas
    royendo la tierra con sus cuerpos fétidos
    que nunca supieron convertirse en alimento.

    afuera, aquí no, sino en el mundo prometido,
    avanzaba la caravana de todo
    lo que no existe, de todo lo que no era y no sería nunca nuestro.
    como en un desfile largas, maravillosas cabelleras
    flotaban vivientes velos sobre las caras de todas
    las que nunca nos dirían cómo se hace para lanzar un suspiro
    y volver fecundo el mármol. Nosotras, dentro, mirábamos.

    ii.
    se abre la jaula para encontrarnos en el umbral de todas las cosas.
    esto es lo que existe: rotos, imperfectos sueños, recuerdos
    que hemos inventado para tener algo que contar,
    el dulce pan nuestro de cada día deja caer sus migajas
    para que coman los gusanos, para que las aves encuentren
    gusanos repletos de migas de pan.
    aprendemos a vivir en este sitio hecho de palabras y también hay esto:
    tras las rejas leones que hemos alimentado con silencio
    a cambio hoy, nos enseñan a rugir.

    iii.
    quiero explicarte estos poemas:
    te conocí en el borde, en ese límite
    entre el ya no más & quiero aprender
    a no estar sola. también tú estabas entendiendo
    cómo se compone el mundo también tú
    descubriste que el cabello corto no significa
    tierra infértil & me enseñaste a vivir con ello.
    ¿recuerdas? los leones que muerden los sueños a veces
    se visten de rosa para las bodas. tú y yo no crecimos
    en la misma jaula pero sabemos cómo se siente
    algo tan nuevo como la palabra poema
    algo tan nuevo como disparar un verso & entender
    que al otro lado de todo lo que nunca hemos sido
    también hay alguien que está esperando.

    Delirium nocturnum

    I
    A la orden de Mrs. Dalloway
    sales a comprar flores para llenar
    el casco de cerveza que bebiste con él.
    Flores de su color
    flores secas para adornar el no estar
    el no ser con nadie.
    Pero las florerías de la ciudad
    no conocen el color
    del fuego roto.
    Nadie pudo pintarlas
    —y aunque la reina exigió que rodaran cabezas—
    en ningún lugar se halló un pigmento que imitara
    el rugido tenue de esa voz.

    II
    Se desfunda la noche
    la botella desde lo alto del librero
    escupe palabras tuyas.
    Leo tu miedo.
    Tu debilidad me hace un sitio
    para cubrirme de las sombras:
    es lo frágil que ya no escondes
    que nos abre un lugar
    donde sostenernos la mirada.

    iii
    somos el vacío que ha quedado dentro
    el polvo que se acumula en el fondo
    es tu sombra impregnada en mi miedo
    dándole espesor a lo invisible.


    Andrea Rivas (Puebla, Puebla, 1991). Poeta, traductora y ensayista. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispanoamericana por la BUAP, donde actualmente estudia la maestría en Literatura Hispanoamericana. Ha traducido obras de poesía y narrativa para editoriales nacionales e internacionales, como Valparaíso, Planeta y Círculo de Poesía. Su trabajo como poeta y crítica ha aparecido en publicaciones como Buenos Aires Poetry, Excéntrica, Tierra Adentro, el sitio web del Centro Cultural Tina Modotti Caracas y antologías internacionales de poesía. En 2017 ganó el Premio “Herminia Franco Espinosa” a la mejor tesis de licenciatura con temática de género. En 2018 ganó el segundo lugar del premio de poesía de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Sus poemas han sido traducidos al inglés y al italiano. Actualmente es traductora en Círculo de Poesía.

  • 0210_Concurso 49_De las veces que me embriagué bebiendo sake (poesía) – Daniel Pérez

    CONCURSO 49 / No. 210

    De las veces que me embriagué bebiendo sake (o los poemas japoneses)

    Facultad de Filosofía y Letras-UNAM



    HAIKÚS

    A veces también me duermo en clases y despierto con un haiku pegado                             
    en mi frente, con su baba japonesa.                             

    Julio César Suárez                             

    Tres haikús primaverales

    I
    Silban los pájaros
    una canción que anuncia:
    es primavera.

    II
    Durante marzo
    hasta sobre tu falda
    crecieron flores.

    III
    Como una plaga
    se expandió por las calles
    el color verde.

    Tres haikús estivales

    I
    Golpes de sol
    un manantial abrieron
    en cada poro.

    II
    Hueco en la luz
    tendida sobre el piso
    era mi sombra.

    III
    Se acaba julio
    y sólo el sol no tuvo
    días de asueto.

    Tres haikús otoñales

    I
    Nos salpicó
    de otoño todo el cuerpo
    la lluvia de hojas

    II
    Canción de otoño:
    el crujir de las hojas
    bajo nosotros.

    III
    Cubren sus pies
    del frío que se acerca
    todos los árboles.

    Tres haikús invernales

    I
    Vino una tarde
    y se quedó tres meses
    en casa el frío.

    II
    Aún más linda
    en su vestido blanco
    luce la lluvia.

    III
    Fue amable enero:
    me regaló tres tardes
    dentro de cama.

    TANKAS

    Tres tankas bajo las estrellas

    I
    Que la belleza
    advertida a lo lejos
    ciega de cerca,
    aprendí cuando niño
    con las estrellas.

    II
    Sin las estrellas
    clavadas en el cielo
    más de una vez
    se me habría caídola noche encima.

    III
    ¡Mira, mamá,
    hoy capturé una estrella!,
    dijo la niña con aquella luciérnaga
    muerta en la mano.

    Tres tankas para los amantes

    I
    Cuando anochece
    aparecen caricias
    casi fantasmas.
    Manos que no se ven
    pero se sienten.

    II
    Sus cuerpos bailan
    tan juntos que parecen
    ser uno solo,
    como en el horizonte
    mares y cielos.

    III
    De lo que fuimos
    pocas cosas perduran.
    Nuestros dos nombres
    tallados sobre un árbol,
    por decir algo.

    Tres tankas contra la guerra

    I
    Nada más muertos.
    Ni mejores cosechas
    ni honor ni gloria
    ni riqueza a raudales
    trajo la guerra.

    II
    ¿Qué diferencia
    existe entre nosotros
    y el enemigo
    si las mismas estrellas
    vemos de noche?

    III
    Sólo los tontos
    sueñan con ganar guerras.
    Si no lo fueran
    ya sabrían que en una
    ninguno gana.

    Tres tankas entre escarabajos

    I
    Llevan su mierda
    donde sea que vayan.
    Por eso al ver
    estos escarabajos pienso en los hombres.

    II
    Bien escondida
    encontré aquella gema
    entre las hierbas
    pero quise tomarla
    y se movió.

    III
    Oí decir
    pueden cargar mil veces
    su propio peso.
    Lástima que aquel niño
    pesaba más.

    SENRYUS

    Tres senryus a la orilla del río

    En una jornada de millones de años                             
    partió el gran río la serranía en dos.                             

    Carlos Pellicer                             

    I
    Pasa las horas
    limando bien sus piedras
    con agua clara.

    II
    Río es un verbo
    que usamos cuando el agua
    va de paseo.

    III
    Corre a contarle
    de todo cuanto ve
    el río al mar.

    Tres senryus mirando las nubes

    Tejidas de alas son flores del agua,                             
    Arrecifes de instantes, red de espuma.                             

    Islas de niebla, flotan, se deslíen                             
    Y nos dejan hundidos en la Tierra.                             

    José Emilio Pacheco                             

    I
    Llovimos juntos
    hasta la madrugada
    la nube y yo.

    II
    En noches frías
    la luna se cobija
    bajo una nube.

    III
    Hoy son distintas
    esas nubes de ayer.
    También nosotros.

    Tres senryus en soledad

    I
    Secreta lengua
    para charlar conmigo
    es el silencio.

    II
    Vagamos juntos
    por toda la ciudad
    mi sombra y yo.

    III
    Si yo pudiera
    huiría como el pájaro
    lejos de mí.

    Tres senryus por los árboles que ha perdido el bosque

    I
    Miré brotar
    de tus ramas ya secas
    la flor del fuego.

    II
    Dará papel
    otra forma de oxígeno
    ya muerto el árbol.

    III
    Último fruto
    de aquel tronco talado
    es este senryu.


    Daniel Pérez Segura (Ciudad de México, 1993). Estudia la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue becario del Festival Cultural Interfaz Pachuca 2017 y ganador del segundo premio de la XIV edición del Concorso Internazionale di Poesia e Teatro “Castello di Duino” en 2018. Algunos poemas suyos han sido publicados en las revistas electrónicas Punto en Línea de México y Literariedad de Colombia.

  • 0210_Concurso 49 (Gráfica) – Visiones durante el sueño – Dilan Aldahir González Torres

    0210_Concurso 49 (Gráfica) – Visiones durante el sueño – Dilan Aldahir González Torres

    CONCURSO 49 / No. 210

    Visiones durante el sueño

    Facultad de Artes y Diseño-UNAM


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    *Todas las imágenes de la serie: tinta/papel, 14 × 21.5 cm, 2018


    Dilan Aldahir González Torres (Ciudad de México, 1996). Estudiante de la licenciatura en Artes Visuales en la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM, en la que se ha formado en los talleres de pintura a cargo de Ulises García Ponce de León e Ignacio Salazar, así como en los seminarios de teoría de Luis Argudín Alcérreca y Maude Olea. Destaca su participación en las exposiciones colectivas Vivencias de lo cotidiano (Sociedad Astronómica de México, 2016), México, país que queremos, país que nos duele (Biblioteca Vasconcelos, 2016) y Demiurgo (Galería ArtSpace México, 2017). Participó como gestor en la exposición Voy a Santiago, en el Centro Cultural de Santiago (2017). Obtuvo en 2017 el primer premio en el Concurso Universitario de Dibujo en honor al pintor Gilberto Aceves Navarro, de la UNAM.

  • 0204_Concurso 48_Seres aplastados (poesía) – Anna Angulo

    Concurso 48 / No. 204
    Seres aplastados

    Facultad de Filosofía y Letras (SUAyED)-UNAM


    Seres aplastados

     
    Son como esas hojas y flores que se guardan entre las páginas de un libro, secos, frágiles. Algún día fueron tridimensionales, capullos voladores, brotes de algo vivo. En bici por la ciudad los encuentras a cada rato: seres pequeños, aplastados por los coches, aplanados súbitamente, se funden en el asfalto de manera gradual en unos pocos días. Generalmente son pájaros, a veces ratas. Atropellados insignificantes debajo de los árboles de los camellones de todas las avenidas. Manchas grises y blancas en las que se distinguen una patita, un ojo, un ala. Dicen: “cada vez puede ser la última vez”. Instantáneas de la muerte que —como el amor, como el desamor, como los hijos, como las enfermedades— llega de manera repentina a cambiarlo todo para siempre.
     
    Crítica

    Entonces, uno me dice
    que mis poemas explican
    demasiado.
    Que explicar un poquito
    en un poema es
    demasiado
    —en la narrativa funciona, me dice—
    y que la elipsis mejor.

    Y otro:
    que mis poemas son “divertidos y diferentes”,
    y que algunos finales “se pueden explorar más”.

    Otro (este sí)
    me dice que me acuerde de Ovidio:
    hay misterio en las alas de una mosca.

    Los ahogados

    Todos los veranos desde que nací, la misma playa, la Salvaje: dos kilómetros de longitud, bajamar y pleamar cada seis horas. 342 escalones para descender un acantilado gris y verde de brezos. Arriba, un cartel advierte a los bañistas de la existencia de corrientes peligrosas. Instrucciones: “Si te lleva la corriente, no entres en pánico, déjate llevar. En algún momento la corriente perderá fuerza y podrás regresar nadando a la orilla”.

    Me atrapó una corriente poderosa en la ciudad sin mar. Yo la vi y decidí meterme. No se puede culpar a la corriente por arrastrarme. Siento un poco de pánico, pero me dejo llevar. Tengo la seguridad de que las instrucciones de la playa de mi infancia funcionan (aunque cada verano había un promedio de dos ahogados).

    El frío

    Ha debido llegar el invierno. Tú no eres frío. Estás lejos.

    Así el amor viene va y no hay quien nos entienda sólo el asombro el dolor. Nada va a cambiar te adoro el amor que te tengo es de verdad solid rock. Un amor selecto una piedrita escogida entre millones de piedritas en la orilla del mar y es porque tienes los ojos verdiazules. Es importante que lo sepas y que después de saberlo nos dejemos ir el uno al otro tal vez tú ya lo hayas hecho es confuso no sé si aún estoy tratando de guardarte en una caja o si tú me escondes en una repisa junto a tu libro preferido o si ya me dejaste ir como los olmos de tu avenida dejan ir sus hojas aquí no hay otoño o los niños dejan ir sus recuerdos.

    Yo en esas ando. Tratando de que se rompa el maleficio el enojo y el mensaje se autodestruya después de leído.

    Tú te alejas te desenamoras aparece otra visión otro rostro te atrapa la viste pasar cántabra colombiana chilena como viniste te vas dejando sorpresas escondidas en lugares secretos y así está bueno te desdibujas. Nos hicimos amigos nos besamos nuestros cuerpos se recogieron el uno en el otro y el peligro de caer enamorada es real. Las conversaciones que uno desearía no haber borrado. La imposibilidad de todo el asunto. El hecho de que nada que ver tú y yo. En algún desierto intermedio nos encontramos pero ahora es hora de regresar cada uno a su casa. Las palabras son nuestro enemigo. Los dos no me mientas no juegues con mi corazón qué quieres de mí aléjate por favor no intentes besarme nunca más sólo queda pasar por el edificio donde vives y mirar tu ventana. Yo mucho menos soy fría ya me conoces es más yo siempre estoy quemando por dentro. Las palabras son nuestro abrigo.

    Hallazgos

    1.
    En el río contaminado con metales pesados
    encontró
    bacterias mutantes de gran belleza y complejidad.
    En la basura
    encontró
    los muebles de sus departamentos.
    En la calle
    el mejor hallazgo de todos: amigos.
    Encontró que nada es perfecto, que siempre hay un pelo en la sopa y
    una pierna siempre es más larga que la otra. “Bienvenida”, pensó.
    Arte = hallar encontrar localizar topar atinar descubrir converger,
    ya que ya todo ya existe.

    2.
    Qué se hace con lo que se halla:
    Mutarlo.
    Apropiárselo.
    Tergiversarlo.
    Cambiar un instante.
    Modificar el pensamiento de otro.
    Una revolución suave.

    La asistente

    No puedo evitar sentirme extraña.
    Viernes 2:30 en el Contramar.
    Entro al restaurante: sin maquillaje,
    con una camisa vieja, las axilas
    sudadas, la bici amarilla afuera.
    Sin blusa de seda, fuera de lugar,
    extranjera, invisible.
    Sin embargo, crecí en un norte con mar gris
    todos los días respirando
    bravura mineral.
    Me aferro a mis raíces
    para sobrevivir
    en este pantano tropical.
    El fango, le llaman.
    Mis ojos —a la defensiva—
    absorben la escena
    y sé que soy
    la única aquí que puede
    cocinar un pescado
    mejor que el chef.

    La puerta quemada

    Por lo general yo me quedo callada.
    Estoy aquí de invitada,
    y así me enseñó mi madre:
    “si no tienes nada bueno que decir, mejor quédate callada”.
    Pero aquí les va:
    Si fuera por mí, los mataría a todos.
    Sí hay quienes merecen morir de forma violenta, como el hijo de puta alcalde de Iguala.
    Responder al Estado violento con violencia: eso no hay que hacer, lo sé lo sé.
    La montaña de muertos llega a los 4,000 metros sobre el nivel del mar, y el pueblo quema una
        puerta.
    No sé.
    Son días oscuros.
    Tejí 43 desaparecidos y 6 muertos.
    Encontré una tortuga cuatro veces preñada.
    Están una puerta y un país, ambos en llamas.

    Anarquía

    Sobre ella soy
    un ser fantástico
    mitad mujer, mitad bicicleta.
    Los autos lanzan llamas de odio porque aparezco en dirección contraria, me salto los altos,
          asusto a los que salen de sus garajes y llego antes que ellos a mi destino.

    Hay dos bandos: los carros y el número creciente de bicis
    en la ciudad arruinada por los carros.

    Esta guerra no la entiendo. Yo no odio a los coches,
    sólo trato de esquivarlos. Tienen su chiste,
    pero hay demasiados y el petróleo
    y algunos son francamente feos y recuerdan a tanques de guerra.

    “Así te mantienes en forma”, me dice la vecina.
    No, señora. Así llego a donde quiero ir.
    Sentada, veloz,
    el aire me peina como a mí me gusta
    y a cada rato me asaltan satoris que olvido a la misma velocidad con la
         que suceden.

    E insiste la vecina: “¿pero no llega usted toda sudada al trabajo?”
    No llego sudada sino iluminada momentáneamente.

    Además: hace poco aprendí a pedalear sin manos.
    Ahora, de vez en cuando, sobre una calle más o menos lisa,
    levanto mis brazos: es el triunfo de la cinética sobre la adultez.

    El hombrecito vestido de gris

    Vivimos en el mundo de blanco o negro, nada de medias tintas.
    Ensalzamos a los hombres y mujeres decididos, con las cosas claras. 
    Just do it en letras amarillas fluorescentes sobre un fondo rosapink.

    Tiene el gris un tinte de mediocridad y de duda. Es el color de las masas.
    Encarna al oficinista eterno, al burócrata, al funcionario.

    Sin embargo, el granito, noble, es gris.
    Los masones comprendieron el gris.
    Es muchas veces el color del mar y del cielo.
    Es infinito, inasible; no duda, sino que se multiplica.

    Wax revolution

    Parece un hospital de ensueño.
    Así deberían ser los hospitales: con dibujitos sexys en las paredes blancas, olor a cera caliente,
        música lounge, chicas en bata blanca y con tapabocas. Muy blanco todo, mucha luz, porque
        no se puede escapar
    ni un pelo.

    Eli me depila las cejas y el bigote con un hilo.
    Es una técnica persa brutal, pero curiosamente no irrita tanto la piel.
    Después me depila el pubis con cera.
    —¿Todo?, me pregunta.
    —Sí, todo.
    —Hollywood Brazilian se llama, me dice.
    —¿De dónde saldrá esta fantasía?, pregunto.

    Yo pienso en el pubis desnudo de mis amigas de la infancia.
    En la piel tersa, lampiña, de las mujeres de otras tribus.
    En xoloitzcuintles.
    Y en porno, claro.

    —Viene de Sudamérica, contesta Eli. —Brasil, Colombia, Venezuela. Allí se depilan todo
        desde jovencitas.

    Llego a casa, a mi baño, y en el espejo observo mi cuerpo
    de mujer sin pelos en el coño.
    Hay algo que no encaja.
    Es como contemplar
    en Tlatelolco
    la pirámide a un lado y el edificio Chihuahua al otro.

    Sólo que a mí me volverán a crecer pronto los pelos. A Tlatelolco tal vez ya nunca le salgan chinampas.

    Dos años de lactancia
    (Oda al cheeto)

    Naranja ocaso,
    llamarada
    crujiente, audaz.
    Ritual de cada viaje
    (coca light y cheetos).
    Misterioso sabor importado
    de un laboratorio en New Jersey
    hecho con cereal tipo maíz
    hecho en México por Pepsico.

    El cheeto nos ha acompañado
    en la furia y en la paciencia
    de miles de viajes en carretera
    amarrados a los asientos con los cinturones de seguridad
    por fin quietos
    hemos hurgado las profundidades del alma
    comiendo cheetos
    y allí dejamos nuestra huella
    con olor a queso.

    Y luego vino aquella revelación,
    aquella epifanía fluorescente
    una tarde en el parquecito de la calle de Cuernavaca:
    vi mi pezón rodeado
    por una aureola naranja ocaso
    y supe
    que ya era hora de dejar de amamantar
    a mi pequeño cachorro de dos años.

    La chica del poeta

    Debe ser difícil ser la chica del poeta.
    La hace protagonista de líneas
    más fragantes que cualquier perfume, más
    elocuentes que un cuadro abstracto-expresionista.

    Si no tiene un papel central, por lo menos
    forma parte de la belleza general
    del poema:
    la chica hace su aparición estelar
    en un verso impar.

    La chica lee el poema y cae extasiada.

    Pero después: el poeta se inquieta.
    Ah, no quiere vivir demasiado cerca de la chica.
    Entonces se acabaría la magia. 
    Knock out la poesía.

    El poeta —no es broma—
    necesita soledad y silencio
    —es cierto—.

    (Cómo pueden escribir, pregunto,
    los poetas con hijos pequeños.)

    También debe ser horrible ser el exmarido de la poeta.
    Ella puede escribir un poema de largo aliento sobre la ruptura
    en el que se dilucida
    que los hombres son por lo general
    aunque hermosos bastante hijueputas.


    Anna Angulo Rivero (Bilbao, 1971). Estudia la licenciatura en Letras Modernas Inglesas en el sistema abierto de la UNAM desde 2014. Es escritora y editora. Estudió teatro y danza en Bilbao y Nueva York. Además de trabajar como colaboradora en varias revistas y como editora independiente y traductora, ha publicado los cuentos para niños Lo que mi tío piensa de Cristóbal Colón (Rocío Mireles Gavito, 2006), Suena México (Random House, 2010) y la novela El misterio del lago olvidado (Progreso, 2007). También es coautora, con Miriam Mabel Martínez, del libro de ensayo El mensaje está en el tejido (Futura Textos, 2016) y del cuento Blancanieves en el metro (Santa Lucía, 2016). Desde 2001 reside en México con su marido y sus dos hijos.

  • 0210_Concurso 49 (Fotografía) – Pájaro migrante – Andrea Abarca Orozco

    0210_Concurso 49 (Fotografía) – Pájaro migrante – Andrea Abarca Orozco

    CONCURSO 49 / No. 210


    Pájaro migrante

    Facultad de Filosofía y Letras-UNAM


    José es un boleador guatemalteco de quince años. Lustraba unos zapatos a lo lejos cuando lo vi por primera vez. Me acerqué a él y le dije que fuera a mi casa porque le tenía un trabajo. Transcurrió media hora y escuché que alguien llamaba a la puerta. Salí y le dije que requería de sus destrezas en el calzado, pero algo sucedió: nos desviamos del tema, no sé cómo, y comenzó a relatarme su vida. Parecíamos grandes amigos. Le ofrecí un vaso de refresco. La conversación se extendió casi por una hora. Bajo el ardor del sol del mediodía, me confesó apenado que no sabía leer ni escribir. Aun así, está consciente de que debe trabajar para que al menos uno de sus siete hermanos vaya a la escuela, pues ni su padre ni su madre viven, y él y su familia tuvieron que mudarse a Talismán, en la frontera de México con Guatemala, para buscar empleo. Después de revelarme su tristeza, dio el último sorbo a su bebida y yo le pregunté si le podía tomar algunas fotos. Luego de haber capturado partes de su esencia, se marchó con la fragilidad de las cenizas y con esto comprobé que, con su breve visita, los pájaros migrantes aún pueden hacer del mundo un nido habitable.

    100%

    José


    100%

    Mácula transitoria


    100%

    Estelas de la piel


    100%

    Aparejo


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    Soñar en la frontera


    *Todas las imágenes de la serie: impresión digital, 14 × 21.5 cm, 2016


    Andrea Abarca Orozco (Tuxtla Chico, Chiapas, 1991). Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la UNACH. Cursa la maestría en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus fotografías han sido publicadas en el portal de Bloomberg LP News y en la revista Visor México. Fue finalista en el 23º Concurso Latinoamericano de Fotografía Documental “Los trabajos y los días” (Colombia, 2017) y obtuvo una mención honorífi ca en la categoría de fotografía en el Concurso 48 de Punto de partida (2017). Aparece en varias antologías poéticas, tales como Los hijos de la lágrima (Cohuiná Cartonera, 2015), Nueva poesía hispanoamericana del siglo XXI (Lord Byron Ediciones, 2016) y Universo poético de Chiapas. Itinerario del siglo XX (Coneculta, 2017).